No amaina la tormenta en el estrecho de Formosa. Al desfile de políticos de Estados Unidos por Taiwán se añadirán en breve las negociaciones de la isla y Washington para fortalecer sus ya apreciables vínculos comerciales y abofetear a China. Lo han desvelado este jueves las partes y ha llegado ya la previsible respuesta iracunda de Pekín. “Siempre nos hemos opuesto a las negociaciones de acuerdos económicos y comerciales con Taiwán que tengan connotaciones para la soberanía o una naturaleza oficial”, ha asegurado el Ministerio de Exteriores.

La iniciativa fue desvelada en junio con el pomposo título de Comercio entre EEUU y Taiwán para el Siglo 21. Fue un premio de consolación para Taipéi después de que la Casa Blanca la apartara del elefantiásico Tratado Económico del Indo-Pacífico, su apuesta para limar la influencia china en la región, porque habría implicado darle rango de país y por aquellos entonces aún respetaba las líneas rojas. El contexto se ha degradado sin remedio y pocos asuntos parecen inverosímiles. Ni siquiera lo es que Taiwán arranque de EEUU el acuerdo de libre comercio que le ha pedido durante años para rebajar su dependencia con China.

El reciente viaje de la congresista Nancy Pelosi ha insuflado vida a aquel gaseoso compromiso y las negociaciones empezarán en otoño. La letra del acuerdo incluye once áreas previsibles y asépticas (facilidades al comercio, regulaciones sobre el trabajo o el medioambiente, lucha contra la corrupción…) pero en la presentación se han aludido a asuntos que apuntan sin disimulos a China. Uno son las “distorsiones” que causan al comercio global las empresas estatales, un lamento recurrente de Washington, que ve en sus subsidios una ventaja injusta. El otro es la “coerción económica” que impone Pekín a los países que tratan con Taiwán. Esas sanciones chinas son tan condenables como las que ha prometido EEUU a los países que le cierran la puerta a Taipéi para emprender relaciones diplomáticas con Pekín.

Presión económica

Es previsible que el resultado de las negociaciones dependa de la salud de las relaciones entre Pekín y Washington. Para Taiwán es una cuestión vital que trasciende la pugna geoestratégica porque la economía es el misil chino más peligroso. El 75 % del PIB de la isla descansa en las exportaciones y más del 40% de ellas acaban en China. Adelgazar esa dependencia con potenciales repercusiones en la soberanía es una urgencia política y no se intuye fácil.

El Instituto de Investigación Económica Chung-Hua aseguraba a este corresponsal en una visita de 2019 que Taiwán pretendía rebajar el flujo hacia China hasta el 30% a corto o medio plazo. Tres años después cabe constatar el fracaso. Pekín, tras el viaje de Pelosi, prohibió las importaciones taiwanesas de algunas frutas y pescados y la exportación de la arena natural que necesita para fabricar sus chips y semiconductores. Son sanciones tímidas, casi simbólicas, pero varias vueltas de tuerca podrían ahogar a la isla.

La relevancia de Taiwán desborda las apariencias. Apenas cuenta con 23 millones de habitantes y supone 1% del PIB global y, sin embargo, es el octavo socio comercial de EEUU e imprescindible en sectores como el automovilístico o la electrónica. La isla produce la mayoría de chips y semiconductores de última generación y cuenta con TSMC, líder global, con cuyos representantes se reunió Pelosi dos semanas atrás.