En diciembre de 1981 aparecía en la revista científica 'The Lancet' una breve reseña sobre la muerte de un hombre cuya identidad no revelaba. Le describía como un ‘conocido homosexual’ que tras un viaje a Miami había fallecido aparentemente de una misteriosa enfermedad. Un mal desconocido que comenzaba a hacer estragos entre los gais de América. Ni siquiera tenía un nombre, como tampoco lo tenía aquel inglés, considerado poco después la primera víctima del sida en el Reino Unido. Durante cuarenta años se le citaba como ‘paciente cero’, o 'paciente Brompton', el hospital donde falleció. No se quiso asociar su nombre con la vergüenza y el estigma que pesó sobre los que sufrieron lo que se llegó a llamar “la peste de los gais”. Solo ahora Paul Brand, de la cadena de televisión ITV, ha identificado a aquel enfermo que murió sin saber qué le estaba matando.  

 El último viaje

John Eaddie era un tipo “cordial” dicen sus amigos. Regentaba una modesta pensión, la St Michael's, en la localidad costera de Bournemouth. A finales de los años setenta convirtió aquel local en un punto de encuentro agradable y seguro para que los gais pudieran reunirse y tomar una copa tranquilamente. “Es algo por lo que siempre le recordaremos”, afirma Ken Dee, uno de los habituales. Eaddie, sin apenas familia, trabajaba muy duro, pero una vez al año iba de vacaciones a Estados Unidos a “soltarse el pelo” y pasarlo bien. A la vuelta del último de esos viajes comenzó a sentirse mal. “Supimos que estaba enfermo, que no podía respirar, pero pensábamos que era un catarro. Todo ocurrió muy rápidamente”, recuerda Dee. La muerte acaeció en el Royal Brompton Hospital de Chelsea en Londres. Allí fue a verle su amigo Tony Pinnegar cuando agonizaba. “Pensábamos que se iba a recuperar, pero recuerdo que un doctor dijo: ‘No va a sobrevivir’. Estaba inconsciente, atado a las máquinas. Así fue. Nunca volvimos a hablar con él”.

Soho era una fiesta

El diagnostico fue una neumonía por Pneumocystis, tal y como figura en partida de defunción con fecha 29 de octubre de 1981. Eaddie tenía 49 años. Más tarde, ese desplome vertiginoso del sistema inmunológico sería reconocido como un síntoma propio del sida. Otro amigo, Paul Wills, cuenta que solo años más tarde sospecharon que John había podido morir por esa causa. Ahora se alegran de que al fin se le identifique y se hable abiertamente de él.

El silencio, la angustia, el pánico marcaron la llegada de una epidemia desconocida que se ensañó con la comunidad gay. Hacía apenas 14 años que Inglaterra había descriminalizado la homosexualidad y por primera vez en los bares y clubs de Londres se respiraba un aire de euforia y libertad sin precedentes. Soho era una fiesta. El sida llegó como un mazazo inesperado. La serie de televisión ‘It's A Sin’ ha retratado lo que fue aquel momento y cómo el virus pilló desprevenida a una generación que apenas estaba saliendo del armario.

Poco después de la muerte de Eaddie un  profesor muy joven, Jonathan Weber del Imperial College, comenzó a estudiar los casos de 400 hombres en la capital con primeros síntomas de sida. De ellos 399 murieron, sólo uno sobrevivió. “No sabíamos cuáles eran los principios básicos de la enfermedad. No tuvimos ni idea hasta 1984. El poder de este virus para matar gente es extraordinario”. Weber fue uno de los pocos que tocaba a aquellos pacientes, los examinaba y les daba la mano, cuando el personal sanitario se negaba a entrar en la misma habitación de un enfermo, o respirar el mismo aire. En aquel ambiente de histeria colectiva afloraron los prejuicios, el rechazo, la segregación.

Morir de ignorancia

 A los enfermos de sida se les envío a hospitales periféricos para enfermedades infecciosas, unos centros rodeados de alambradas con carteles que advertían: “Peligro. Área infectada. No entre”. Miles de hemofílicos también se contagiaron víctimas de un escándalo de sangre contaminada. John Eaddie, “el Paciente Cero” había muerto seis años antes de que el gobierno de Margaret Thatcher, lanzada una campaña nacional alertando a la población. “Sida. No mueras de ignorancia” decía el slogan.  

El doctor Weber continúa hoy investigando aquel mal para el que sigue sin haber vacuna o cura. Lo que si hay desde 1996 es una medicación que cambió el curso de la epidemia. El cóctel de fármacos contenidos en una píldora permite manejar el virus y hacer que los contagiados lleven una vida normal. En el Reino Unido ha habido 15.000 fallecidos de sida, pero sólo ahora se ha puesto nombre y rostro al primero de todos ellos.