El aniversario exacto de las elecciones presidenciales del año pasado en que Joe Biden llegó a la Casa Blanca y los demócratas se hicieron con el control, aunque exiguo, de las dos cámaras del Congreso no podía haber sido más amargo para el partido en el poder. El presidente y su formación han amanecido este miércoles tratando de digerir el desastre vivido el martes en las urnas donde se disputaban carreras estatales y locales, especialmente en las elecciones a gobernador en Virginia y Nueva Jersey, dos estados que en distinto grado estaban consolidados en el campo demócrata. Porque la victoria en Virginia del republicano Glenn Youngkin y la ajustadísima pelea que se ha visto obligado a librar en New Jersey el demócrata Phil Murphy por mantenerse en el cargo lanzan infinidad de señales preocupantes y ha expuesto numerosas debilidades de los demócratas y fortalezas de los republicanos de cara a las siguientes grandes citas: las legislativas de 2022 y las presidenciales del 2024.

Una de las conclusiones más obvias es que ha colapsado la coalición que en 2020 llevó a los demócratas al poder en Washington. Se ha erosionado su base, hay una falta absoluta de entusiasmo entre los votantes progresistas y además han topado con una base conservadora energizada. Las urnas el martes, en lo que se interpretaba inevitablemente como un plebiscito sobre la presidencia, han ratificado la debilidad de un mandatario que tiene sus índices de aprobación en caída libre desde agosto, cuando la desastrosa retirada de Afganistán dio el pistoletazo de salida a una sangría a la que se han ido sumando el descontento por el impacto persistente de la pandemia y por las presiones inflacionarias o la crisis de suministro pero también por la incapacidad de sacar adelante su agenda de recuperación no ya por el persistente obstruccionismo republicano sino por las guerras intestinas entre moderados y progresistas.

Los republicanos, en cambio, han encontrado mil razones para el optimismo. Tanto en Virginia como en Nueva Jersey han mejorado con dobles dígitos los resultados que obtuvo Donald Trump en 2020. No solo se han reforzado en áreas rurales y blancas, sino, en lo que es más preocupante para los demócratas de cara a 2022, han minimizado e incluso en algunos casos revertido la ventaja de los progresistas en esas zonas de las grandes áreas metropolitanas que se conocen como los “suburbios”, más densamente pobladas y diversas.

Si la dinámica se mantiene en las próximas citas electorales, especialmente en estados “púrpura” , la perspectivas demócratas de mantener el control son irrisorias. De los 36 estados que están en juego en 2022 ocho que están en manos demócratas, incluyendo Pensilvania, Michigan y Wisconsin, votaron a favor de Biden por menos margen que con el que han conseguido avanzar Youngkin y Jack Ciattarelli. Y si los republicanos repitieran en las legislativas esos márgenes conseguirían 38 escaños en la Cámara de Representantes en Washington. Con dar la vuelta a uno en el Senado sería suficiente.

La fórmula post-Trump y las guerras culturales

El caso de la victoria de Youngkin en Virginia frente a Terry McAuliffe, una destacada figura del aparato demócrata, explica mejor que ningún otro las razones para el pánico en el campo demócrata y el entusiasmo en el republicano y da también muchas indicaciones de por dónde puede ir el futuro político del país.

Youngkin, un acaudalado empresario del mundo de las finanzas sin experiencia política, ha encontrado la fórmula de lo que parece la cuadratura del círculo en la inusual era post-Trump, en la que el expresidente sigue siendo una fuerza innegable. A la vez que se ha mantenido públicamente a distancia de Trump (aunque en privado ha mantenido conversaciones con él) y ha logrado así atraer a moderados e independientes, ha conseguido mantener el apoyo de las bases más fieles al expresidente. Y los estrategas republicanos rozan el éxtasis ante una fórmula que reempaqueta las políticas de Trump sin el lastre de su polarizante personalidad, inutilizando los esfuerzos demócratas por seguir centrando las campañas en él (McAuliffe emitió más de 10.000 anuncios contra Trump).

Lo que Youngkin ha hecho también es explotar lo que no es difícil ver como el nuevo filón de las guerras culturales para los conservadores en EEUU: la educación. El terreno tradicionalmente no representaba problemas para los demócratas pero ahora lo que llaman “derechos parentales” han convertido reuniones de distritos escolares en campos de batalla con asociaciones de padres alzados casi literalmente en armas. Están aunándose desde la rabia acumulada por problemas que provocó la pandemia o la oposición a mandatos de vacunación y mascarillas con cuestiones como los derechos de la comunidad LGTBQ o la enseñanza del racismo en EEUU.

Youngkin ha aprovechado una metedura de pata de McAuliffe (“no creo que los padres deban estar diciendo a las escuelas qué deben enseñar” dijo) y ha explotado esa sensación de 'agravio de los blancos' que tanto explotó con su racismo abierto y velado Trump manipulando el discurso y creando alarma sobre la enseñanza de la Teoría Crítica de la Raza (cuando en realidad ese marco académico sobre el racismo estructural no está en las escuelas públicas de su estado). “Esto ya no es una campaña, es un movimiento liderado por los padres de Virginia”, ha dicho. Y los demócratas deben prepararse para encontrarse ese movimiento por todo el país.

La policía seguirá en Mineápolis

El golpe para los demócratas, y especialmente para el ala más progresista del partido, se vivió en otros resultados electorales del martes. En Mineápolis, la ciudad donde el asesinato de George Floyd a manos de un policía blanco desató las mayores protestas contra la injusticia racial de EEUU en décadas, los votantes rechazaron por amplio margen desmantelar el Departamento de Policía y sustituirlo por uno nuevo de “seguridad pública” con mayor foco en servicios sociales y de salud mental.

En Nueva York ha llegado a la alcaldía un centrista como Eric Adams y en Buffalo, la segunda ciudad del estado, el candidato del aparato, que fue derrotado en primarias pero montó igualmente una campaña, aparentemente ha frustrado la posibilidad de que India Walton se convierta en la primera gobernadora socialista en una gran urbe de EEUU desde 1960.

Boston fue uno de los pocos rayos de luz. Michelle Wu, candidata progresista, es la primera mujer y persona no blanca que llega a la alcaldía a través de las urnas.