¿Porqué a Donald Trump le han quitado su juguete incendiario favorito, la cuenta de Twitter, pero la misma red social permite que los portavoces de los talibanes que ahora aterrorizan Afganistán –con su implícita condena a muerte en vida de millones de mujeres– puedan seguir difundiendo sin límite su propaganda ante los cientos de miles de seguidores que tienen?

Esta pregunta se ha hacen en público los republicanos de EEUU y la respuesta es hasta obvia: porque Trump rompía todas las normas fijadas por Twitter o Facebook pero los talibanes tratan de permanecer dentro del redil, como lobos con pieles de cordero digital, y tienen mucho cuidado de no difundir mensajes de incitación al odio, lo que Trump hacía día sí y día también, hasta que se produjo el asalto al Capitolio y Silicon Valley le cerró el grifo del queroseno.

Los nuevos amos de Afganistán están aprovechándose del inmenso poder propagandístico de las redes porque ya no son los que eran. Ahora los llaman “talibanes 2.0” porque son una versión digitalmente evolucionada de aquellos que se apropiaron del país entre 1996 y 2001 con un relato de terror integrista, salpicado de ejecuciones, burkas y anulación absoluta de la identidad femenina. No sólo han aprendido a manejar extraordinariamente bien el altavoz planetario que ponen en sus manos compañías como Facebook o Twitter, también modulan su lenguaje para configurar su nuevo relato como el de los libertadores de un país que por fin se zafa de los grilletes de EEUU, ahora que ya ha sacado de allí a sus soldados.

Nueva marca

Los talibanes están “reempaquetando” su marca. Tal es la finura que esta semana el diario 'The Washington Post' publicaba que, dada la habilidad que los talibanes están demostrando en el manejo de sus mensajes, tiene que haber “al menos” una empresa de relaciones públicas asesorándolos para amplificar y viralizar su relato por todo el mundo usando las redes sociales, “al igual que lo hacen las campañas corporativas y políticas”.

Hablan inglés, buscan audiencia y reconocimiento internacional, ya no son aquellos talibanes: si vuelven a clasificarlos como terroristas pueden atraer una nueva intervención militar internacional. Móviles para mantener lejos los misiles. Muestran su cara más amable. Por ejemplo, uno de sus portavoces, Sauhail Shaheen, con 350.000 seguidores en Twitter, escribe: “La vida, la propiedad y el honor de nadie serán dañados, pero deben de ser protegidos por los muyahidines”. O este otro tuit, que también destacaba el “Post”: “El Estado Islámico ha ordenado a sus muyahidines y los instruye para que nadie pueda entrar en la casa de nadie sin permiso”. Y cuando hay que abordar temas espinosos, les dan la vuelta como un calcetín: ¿cómo no cuestionar el feminismo si éste es, en realidad, “una herramienta colonial”? Los mismos que un día dieron amparo a Bin Laden ahora difunden en las redes vídeos de yihadistas bajo un maravilloso cielo azul junto al rotulado: “En una atmósfera de libertad”.

Pese a que los talibanes insisten en hacerse pasar por chicos buenos, las redes sociales están bloqueándolos. Después de todo hay episodios en el pasado reciente que han demostrado el sangriento papel que tienen tener esas plataformas digitales. Tal fue el caso de las facilidades que Facebook dio para la difusión de discursos de odio que derivaron en la masacra de los rohingya en Myanmar: 700.000 personas obligadas a dejar sus casas, 25.000 asesinatos, 19.000 mujeres violadas y 48.000 personas heridas de bala.

De todas formas, en Silicon Valley se hicieron los remolones. De hecho, Facebook solo actuó cuando el influyente periódico 'The New York Times' le preguntó qué estaba haciendo con las cuentas talibanes. Excusas tenía Facebook para no actuar porque los talibanes afganos, oficialmente a ojos de la administración de EEUU, aún no se sabe lo que son: el Departamento de Estado no los considera organización terrorista extranjera, como sí hace con los talibanes paquistaníes. En cambio, el Departamento del Tesoro, sí los cataloga como una organización objeto de bloqueo económico.

Limitaciones laxas

Facebook se acoge a esta segunda catalogación y ha empezado a suprimir páginas, aunque el “Times” publicaba el viernes que desde el 9 de agosto ha encontrando más de cien de nuevas cuentas y páginas web protalibanes. Y varias decenas más se han reactivado en la última semana. El conglomerado digital de Mark Zuckerberg lo tiene más difícil con otra de sus empresas, WhatsApp, donde el cifrado es de extremo a extremo y se supone que nadie conoce qué contenidos se intercambian por este canal. Aún así, anunció que suprimía un chat abierto por los talibanes con un número donde los afganos podían denunciar su habían sido objeto de saqueos o violaciones.

Youtube también asegura que suprime contenido violento. Twitter es la plataforma que se desmarca. La red social de Jack Dorsey mantiene abiertas las cuentas de los portavoces talibanes, aunque asegura que eliminan “partes individuales de contenido violento”.

Los gigantes tecnológicos, no todos, tiran de freno de mano, pero los expertos dudan de la eficacia de la medida frente a un grupo de integristas religiosos con un ojo puesto en la Edad Media y otro en las inmensas posibilidades propagandísticas de la tecnología digital del siglo XXI. Su producción en redes es abundante y muy diversificada. Frenarlos es como intentar pescar con las manos. El “Washington Post” denunciaba hace unos días que “al igual que otros operadores de sofisticadas campañas en redes sociales”, los talibanes han puesto en pie una compleja maquinaria diversificando su presencia en diversas plataformas y en muchas cuentas. Tal volumen de producción se escapa al control. Además, han aprendido a utilizar aplicaciones encriptadas como WhatsApp y Telegram. También han encontrado buenos argumentos para defenderse. Cuando le preguntaron al portavoz talibán Zabiullah Mujahid (342.000 seguidores ayer en Twitter) qué opinaba de la libertad de expresión, dijo en alusión a Facebook: “Esa pregunta se la debería de hacer a quienes declaran ser promotores de la libertad de expresión pero no permiten la publicación de información extranjera”, según recogía “The New York Times”. No les dejan expresarse. Lo dicen precisamente ellos.

Poder político privatizado

El problema que Silicon Valey tiene con los talibanes 2.0 no sólo se enmarca en las coordenadas actuales. Es decir, no basta con saber qué hacer con ellos ahora mismo, mientras se están apropiando de un aterrorizado Afganistán. También tienen que aclarar qué harán cuando ya se adueñen del Estado y de todas sus instituciones. Cuando, como todos los gobiernos del mundo, los talibanes usen las cuentas oficiales en las redes sociales para expresarse políticamente. ¿Se les bloqueará también? Y si les dan carta blanca para seguir usando sus cuentas institucionales aquí es cuando aflora la siguiente pregunta, que ya nos concierne a todos: ¿son los gigantes de Silicon Valley quienes deben otorgar legitimidad a estos fanáticos que quiere prohibir que las mujeres estudien y trabajen? ¿Semejante poder político internacional ha de estar en manos de esas empresas privadas?

Cuando los talibanes brotaron por vez primera hace viente años el mundo aún no tenía redes sociales. Ahora, además de armas y fanatismo, tienen móviles.