Un mes después de que Donald Trump reconociese la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental, una delegación de diplomáticos estadounidenses viajó hasta la capital administrativa del territorio ocupado por Marruecos, en la primera visita oficial de un embajador norteamericano a la ciudad costera saharaui. La delegación estadounidense inauguró un consulado virtual en Dajla, la antigua Villa Cisneros, y recorrió varios emplazamientos sugeridos por Rabat para levantar el futuro edificio consular. “Fue un día de celebración, los marroquíes eran todo felicidad”, asegura David Schenker, quien fuera entonces secretario de Estado adjunto para Asuntos del Cercano Oriente. El ambiente fue tan exultante que el embajador, David Fischer, llegó a anunciar su intención de comprarse una casa en Dajla.

Algunas cosas importantes han cambiado desde entonces. Fischer fue cesado tras la llegada de Joe Biden al poder, como suele ser la norma con los embajadores escogidos a dedo por el presidente de turno para agradecerles las contribuciones a su campaña, y todavía no se ha nombrado a su reemplazo. Pero no solo quedaron en el aire los planes de Fischer para veranear en la costa atlántica de Dajla. También han quedado varadas algunas de las contrapartidas que Trump ofreció a Marruecos a cambio de normalizar sus relaciones diplomáticas con Israel, empezando por la construcción del consulado, que necesita ser aprobada en el Comité de Apropiaciones del Congreso. 

“Nosotros tratamos de avanzar el proyecto, pero no nos dio tiempo. Es complicado levantar un consulado porque debes tener en cuenta muchas cuestiones logísticas y de seguridad”, dice Schenker a este diario, quien formara parte de aquella delegación diplomática enviada por la Administración Trump. La política de su sucesor al respecto es todo ambigüedad. Biden no tiene prisa por reafirmar el reconocimiento de la soberanía marroquí del Sahara, que implicaría legitimar las anexiones de territorio por la fuerza, una práctica contraria al derecho internacional que el demócrata se ha comprometido a combatir. 

“Si bien no parece que tenga intención de revertir el reconocimiento, tampoco tiene ningún entusiasmo por levantar el nuevo consulado. El asunto llevará tiempo”, añade Schenker. Por el momento, la aprobación de la nueva legación está estancada en el Congreso, así como la venta a Rabat de drones militares MQ-9B, una información adelantada esta semana por ‘La Vanguardia’. Y Washington sigue jugando al despiste. “La Administración Biden ha apostado por la opacidad. Prefiere no hablar del tema para que tanto Marruecos como el Frente Polisario tengan que seguir sus directrices. Quieren empujar a las partes a negociar, aunque lo están haciendo sin una estrategia clara”, dice desde el International Crisis Group, Riccardo Fabiani. Por el momento, no ha logrado que las partes acepten a un enviado especial de Naciones Unidas para el Sáhara, un cargo vacante desde mayo del 2019.  

Costes de la indefinición de EEUU

Esa indefinición estadounidense tiene sus costes, particularmente después de que se reanudaran en noviembre las hostilidades entre Marruecos y el Polisario tras tres décadas de alto el fuego. “El reconocimiento ha hecho que Marruecos se vuelva más agresivo e inflexible y ha dejado al Polisario un poco más aislado”, explica Fabiani. “Los saharauis creen que EE UU ha dejado de ser un negociador neutral y consideran ahora que la guerra es la única vía para defender sus aspiraciones”. 

Como se vio con la posición de neutralidad adoptada por Washington en la crisis migratoria de Ceuta, Biden no parece dispuesto a gastar capital político en el conflicto del Sáhara. Su prioridad sigue siendo la política doméstica. “Si Biden apostara por revertir el reconocimiento, podría enfurecer a los aliados de Israel en el Congreso y perder parte de su influencia sobre Marruecos. Es un precio demasiado alto para un conflicto que apenas le cuesta nada a EEUU porque, de momento, no está teniendo consecuencias inmediatas en la región, ni en Mauritania, ni Argelia ni en Mali”, dice Fabiani. 

Quizás por eso está jugando a dos bandas. No quiere dar marcha atrás, pero tampoco dar nuevos pasos para que el reconocimiento tome forma sobre el terreno.