A las 23.59 del 24 de diciembre, Leo Messi y su familia se prepararon seguramente para levantar las copas y recibir la Navidad en la urbanización de Funes cercana al aeropuerto de Fisherton en la ciudad de Rosario. A media hora de ese barrio cerrado, a la misma hora, los ruidos de los disparos de las armas de fuego se mezclaron con los de la pirotecnia festiva. La balacera se escuchó en el barrio popular Las Flores que controlan la banda de narcotraficantes de Los Monos. Uno de los proyectiles impactó en el cuerpo de un bebé de un año. Si los Messi hubiera seguido viviendo en la casa que habitaban al partir hacia Barcelona, en la calle Estado de Israel, en la zona sur de la segunda ciudad argentina de importancia, quizá se habrían sobresaltado por el ruido de las descargas. Unos pocos minutos separan a esa casa convertida en objeto de peregrinaje turístico, de aquella barriada.

Rosario duele y por eso el mejor jugador del mundo se refugia con los suyos en la urbanización de Funes cada vez que retorna al país. En las vísperas de la Navidad, un sicario mató a dos jóvenes a muy pocos kilómetros. Hasta el 27 de diciembre, Rosario, ubicada a 300 kilómetros al norte de la ciudad de Buenos Aires, había registrado 209 muertes dolosas. La mitad de ellas son consideradas de carácter mafioso y como parte de las disputas territoriales de las distintas facciones del negocio de la droga. Un 80% de los crímenes se cometieron en la vía pública. La mayoría de los que perdieron la vida no tenían 25 años. Se trata de la cifra más alta de los últimos cinco años, con el agravante de que este nuevo pico macabro tuvo lugar en medio de las medidas de aislamiento social para enfrentar la pandemia.

Los tiroteos de cada día

"Los Monos", "Los Gorditos", "Los colombianos", "Los cavernícolas", "La banda de la crema", "La banda de Jerry", se han convertido en los nombres propios de esta ola que estremece a Rosario y cuenta con la fuerza suficiente para corromper policías y jueces. Ya se habla de "mexicanización", aunque hay otros especialistas creen que es más que una exageración pensar de una nueva Sinaloa. "Hay días que tenemos 20 balaceras", le dijo por lo pronto al diario bonaerense Perfil María Eugenia Iribarren, jefa de los fiscales de la ciudad más poblada de Santa Fe, con casi un millón de habitantes. Rosario sumó este año más asesinatos que Medellín (15.14/100.000 contra 13,30/100.000). Los puntos más calientes se encuentran en ese sur de la ciudad que tanto conoce Messi, al punto de haber festejado su boda con Antonela Roccuzzo en junio de 2017 en el hotel City Center, apenas separado por una calle de algunas de las zonas más álgidas. El peligro se ha extendido a su vez hacia la zona norte y noroeste.

Otro dato estremece a los rosarios y a toda la Argentina. Esta relacionado con una crueldad nunca vista. Horas atrás, un cuerpo mutilado fue visto flotar en el río Paraná a la altura del Parque de España. Le habían seccionado los dos antebrazos y los pies. Antes de la Navidad se encontraron en tres contenedores de basura restos humanos descuartizados de dos hombres jóvenes que, además, tenían impactos de bala en sus cabezas. "Ninguna de esas muertes o la de años anteriores tuvo esa marca atroz que se estampó en los cuerpos de Jorge David Colo Giménez, de 29 años, y de Victor Martin Poliyo Baralis, de 44, señaló el portal Aires de Santa Fe. A las víctimas les gustaba el fútbol. Ambos eran fanáticos de Newell's Old Boys, el club donde se inició Leo. Los trocearon como ganado.

Las causas y los efectos

El intendente de Rosario, Pablo Javkin, no tiene dudas acerca de las razones del crecimiento de la economía del delito. "En los años '90 comenzó un proceso de desintegración económica y social en el país y que en Rosario impactó muchísimo. Hoy lo pagamos con núcleos de pobreza y violencia". El intendente anunció que le pedirá al presidente Alberto Fernández "la intervención de fuerzas federales para combatir" al narcotráfico. No nos puede pasar de largo que un bebé de ocho meses muera por una bala. Son momentos límites que requieren acción, dijo tras un reciente enfrentamiento entre bandas por el control de un barrio carenciado.

Las balas amenazan con convertirse en parte del paisaje de la pobreza. Emiliano Soto tenía 18 años y jugaba en Argentino de Rosario, un club de la tercera división de fútbol. Iba a entrenar todos los días en su moto con un único sueño: vestir la camiseta de un club importante de la provincia. Unos sicarios lo mataron por error: buscaban a otro.