Mientras Bashar al Asad, el que en unos momentos sería investido presidente, flanqueaba la puerta, todo el hemiciclo se levantó. Algunos se le pusieron delante, en su camino, para aplaudir y ver lo más cerca posible el próximo propietario de sus destinos de ahora en adelante; y él, el elegido, el hijo del anterior presidente, andaba entre ellos, atravesándolos, con la mano levantada saludando a todos, gracias por venir, y una sonrisa de oreja a oreja algo tímida y avergonzada.

Después de la ronda de aplausos y vítores pertinentes, todos se sentaron, Asad juró su cargo como presidente de la República Árabe Siria y empezó su discurso. Desde este podio me gustaría mostrar mi especial gratitud a toda nuestra gente, hombres o mujeres, viejos o jóvenes, dentro o fuera de Siria, que me han dado confianza con su participación en el referéndum. Les doy las gracias por su amor y lealtad, empezó el joven presidente sirio, que en ese momento tenía 34 años y acababa de ganar una votación que lo certificaba como siguiente presidente sirio.

Líder del partido único Baath, heredero de su padre, ganó con el 97,29% de los votos; una cifra nada sospechosa, pero algo menor que la de Hafez al Asad, el primero de la dinastía. Ese ganaba las elecciones con el 99% de los votos.

Pero Hafez ya no estaba. El padre de Asad murió en junio del 2000 un mes antes de la proclamación de su hijo a los 69 años. Estuvo a la presidencia de Siria 29, y recibió el apodo, por su brutalidad, del Carnicero de Hama. Bashar, ahora, 2020, celebra 20 años en la cumbre, y, aunque no haya superado a su padre en longevidad, sí lo ha hecho en brutalidad. Nueve años de guerra civil en Siria lo demuestran.

REFORMISTA O CONTINUISTA

Pero al principio de todo, su mandato no prometía así. Cuando ascendió al poder, a Bashar se le veía como a un líder laico y liberal; una esperanza, educada en Londres para la oftalmología, para abrir la economía Siria, luchar contra la corrupción, y romper con el aislacionismo de Hafez.

De hecho, Bashar no estaba destinado a ser el siguiente en la línea sucesora. Él vivía y estudiaba en Londres, tranquilo, cuando en 1994 su hermano mayor, Basel, el que tenía que ser el siguiente, murió en un accidente de coche. Después del suceso, Bashar volvió a Siria, se preparó, y le tocó: había llegado al trono.

Cuando una persona que no tiene sentido de la responsabilidad asume un mandato, no puede sacar nada de ello excepto el poder, y el poder sin sentido de la responsabilidad únicamente trae caos, descuido y la destrucción de las instituciones, dijo en su discurso inaugural.

El caos y la destrucción llegaron. Tras una primera década de apertura económica pero represión política, en 2011, las protestas para pedir su marcha empezaron. Bashar respondió siguiendo el modelo de su padre: sacó a los francotiradores a la calle, torturó y mató a decenas de miles en sus cárceles, bombardeó las ciudades rebeldes. Empezó la guerra civil.

Nueve años después, el 25% de los sirios ha huido del país, el 50% ha tenido que desplazarse, Asad controla tan solo el 70% del territorio y, hay, según las estimaciones, más de medio millón de muertos más varios cientos de miles más de desaparecidos.

De todas las muertes, más del 90% son su responsabilidad: A Asad nunca le ha temblado la mano en bombardear hospitales, edificios residenciales, mercados y hasta equipos de rescate de heridos; ni, por supuesto, utilizar armas químicas contra sus propios ciudadanos.

Poco se hubiese imaginado el joven Bashar del 17 de julio de 2000 cómo sería su historia: Esperad verme en cualquier sitio, ya sea en vuestro lugar de trabajo, en la calle o en vuestros picnics, para aprender de vosotros y trabajar para vosotros como siempre he hecho. El hombre que hoy se convierte en presidente es el mismo hombre que era un doctor, un oficial y, por encima de todo, un ciudadano. Que Dios os bendiga.

Ahora, este domingo, Asad vivirá otro referéndum como el que le encumbró, pero esta vez en forma de elecciones parlamentarias. Será como el otro: unos comicios absolutamente controlados por el partido Baath, sin una alternativa real en las urnas y sin ninguna garantía democrática. Con otro añadido: solo podrá votar la gente que vive en las zonas controladas por Damasco. Es decir, cerca de unos diez millones de personas; menos de la mitad de los 22 que antes, en otro mundo, poblaban Siria.