Mohamed está contento: su mujer y su hijo, después de varias semanas en los campos de refugiados de la frontera con Turquía, han vuelto a casa. Al fin se han reunido, explica el sirio, que espera que no tengan que separarse más, ojalá que no, aunque todo puede pasar. Nadie lo sabe.

«La situación es mucho mejor que antes y la ciudad de Idleb -la capital de la provincia rebelde siria- está abarrotada. Mucha gente que estaba en los campos ha venido, sobre todo desde las regiones conquistadas por Asad. Las escuelas han vuelto a funcionar, y la gente ya trabaja, aunque todos tenemos mucho miedo de si el alto el fuego durará o no», dice Mohamed. Explica que Idleb ha tenido algo de suerte porque al estar completamente aislada del mundo, rodeada de fronteras cerradas y trincheras, parece que está a salvo del covid-19, al contrario que muchas otras partes del planeta.

La pregunta del millón es si aguantará el alto el fuego en Idleb firmado a principios de marzo por los presidentes ruso, Vladímir Putin, y turco, Recep Tayyip Erdogan. Es difícil vaticinar nada porque ambos líderes han firmado varios altos al fuego anteriormente. Ninguno ha funcionado. Esta vez, con la crisis del coronavirus, todo parece distinto: la guerra siria ha quedado en suspenso.

TEMORES / «Creo que el alto el fuego será más sostenible que los anteriores -dice Alexéi Khlebnikov, experto y consultor en política rusa en Oriente Próximo-, porque esta vez Rusia y Turquía han acordado patrullar conjuntamente los puntos clave de la región, algo que ha funcionado antes. Pero eso no significa que, tarde o temprano, este statu quo no se cuestione».

De ahí la intranquilidad de los habitantes de Idleb, donde hay 3,5 millones de civiles atrapados, muchos de los cuales son desplazados de guerra. Es el caso de Mohamed, que llegó a Idleb hace un año escapando de los bombardeos y ofensivas del presidente sirio, Bashar el Asad, y su aliado, Rusia.

«A veces suena la alarma antiaérea porque pasa un avión ruso sobrevolando la ciudad. De momento el alto el fuego parece aguantar, pero tenemos mucho miedo. Cada día llegan más soldados turcos, y eso tranquiliza, pero realmente no sabemos qué pasará», dice Mohamed.

DESCONFIANZA MUTUA / «No tenemos más alternativa que confiar en Turquía y entiendo que necesita proteger su frontera. Por eso aquí todos esperamos que el Gobierno turco nos proteja, porque no tenemos más opción. Si me diesen a elegir entre ellos o los rusos, escogería a Turquía. Puede que Ankara en sus ofensivas haya matado a algún civil por error. Pero Rusia es distinta: su objetivo somos nosotros», continúa el ciudadano sirio.

Todo explotó la noche del 28 de febrero, en un bombardeo de Asad en el que 34 soldados turcos murieron en Idleb. Turquía intentaba parar la ofensiva de Damasco sobre la capital de la provincia rebelde y, desde esas muertes, apretó aún más. Los cielos de la región, por primera vez en toda la guerra, pasaron de manos rusas y del régimen a manos turcas. En una semana, los drones y aviones turcos destrozaron por completo blindados, sistemas antiaéreos y cazas sirios.

Así, la ofensiva de Erdogan encandiló a los civiles de Idleb -que veían por primera vez en casi nueve años de guerra que las bombas no les atacaban a ellos-, pero enfadó a muchos en Moscú. La relación con Turquía no pasa ahora por mejor momento. «La ofensiva de tres años de Putin para enamorar a Turquía ha terminado en Idleb, dice Ömer Özkizilcik, analista del think tank SETA, cercano al Gobierno turco-. La única forma por la que la seguridad de los civiles de Idleb puede estar garantizada es si Turquía no se enfrenta sola a Rusia».

PACTO CON LA UE / «La cuestión es que la Unión Europea puede dar a Turquía todo el apoyo económico que necesite, pero mientras exista la amenaza de una nueva ola de refugiados desde Idleb, todo el apoyo no servirá de nada. Turquía no puede acoger a dos millones más de refugiados y por eso creo que un nuevo pacto entre Bruselas y Ankara deberá incluir un apoyo a Turquía en sus planes en Idleb, para prevenir un desastre humanitario», continúa Özkizilcik.

Y, sin embargo, las maquinaciones para la región siguen. Damasco y Moscú aceptaron parar su ofensiva, pero parar no significa desistir. Significa, solo, rebajar la tensión y darle un tiempo a Ankara.

«El objetivo de Rusia a corto plazo es controlar las dos carreteras de la zona -explica Khlevnikov-. Por descontado que, a largo plazo, tanto Moscú como Damasco buscan la conquista de todo el país, pero entienden que ahora esto es algo imposible». La realidad dice que en Idleb, los planes de la gente acaban siendo bastante menos geoestratégicos: «Es muy triste decirlo, pero mi máximo sueño ahora mismo es poder seguir vivo», sostiene Mohamed. De momento, tiene un periodo de tregua, de alto el fuego, que parece de verdad y no como otros anteriores, lo que le da tiempo a él y a la población de Idleb de respirar un poco.