En el inestable mundo globalizado actual, la Unión Europea (UE) necesita reafirmarse como un actor creíble e influyente para preservar la seguridad, la prosperidad y el bienestar de los ciudadanos. Los propios europeos lo piden: el 66% de los ciudadanos están a favor de una política exterior común de la UE y el 74% están a favor de una política de defensa común, como indica el último Eurobarómetro. Si la UE no ejerce como actor global decisivo, se expone a caer en la irrelevancia y a quedar a merced de otras potencias, como EEUU, China y Rusia, que ya están intentando redefinir el mundo en función de sus intereses, que no coinciden con los de los europeos.

La nueva presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha prometido responder a estos retos con un enfoque «geopolítico». La revitalización de la UE como actor global había sido reclamada por la cancillera alemana, Angela Merkel, con sus llamamientos a que Europa «tome su destino en sus propias manos», y por el presidente francés, Emmanuel Macron, urgiendo a desarrollar una «Europa que protege» y una «soberanía europea». El nuevo responsable de la política exterior europea y vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell, reconoció ante el Parlamento Europeo que «el mundo ha cambiado a peor» y que «la UE debe aprender a utilizar el lenguaje del poder».

VISIÓN PESIMISTA

A principios de siglo, la UE se postulaba como modelo y vanguardia de un nuevo orden internacional basado en el multilateralismo, las reglas compartidas y la cooperación. Ese optimismo se refleja en las primeras palabras de la Estrategia de Seguridad Europea del 2003, elaborada por el primer responsable de la Política Exterior y de Seguridad Común, Javier Solana: «Europa nunca ha sido tan próspera, segura y libre».

La Estrategia Global del 2016, elaborada por la ministra europea de Asuntos Exteriores hasta noviembre, Federica Mogherini, refleja una visión más pesimista: «Vivimos en tiempos de crisis existencial, dentro y fuera de la UE. La Unión está amenazada».

Durante la última década, la UE ha perdido la capacidad de actuación efectiva inmediata de antaño y el protagonismo de la política exterior europea ha sido asumido por los grandes estados. Ante la crisis en Ucrania en noviembre del 2004 por el fraude en las elecciones presidenciales, Solana y el presidente polaco, Aleksander Kwasniewski, se desplazaron a Kiev para negociar y tutelar una salida negociada que se tradujo en la Revolución Naranja. En agosto del 2008, al estallar la guerra entre Georgia y Rusia, el presidente francés y presidente rotatorio de la UE, Nicolas Sarkozy, negoció de inmediato un alto el fuego y la posterior retirada rusa.

Al iniciarse en noviembre del 2013 la protesta de Maidan en Ucrania, la ministra europea de Exteriores, Catherine Ashton, se dedicó más a arengar la revuelta que a buscar una salida a la crisis. Cuando entre el 18 y 20 de febrero del 2014 la escalada en la crisis se saldó con un centenar de muertos, Ashton tampoco se desplazó a Kiev. Fueron los ministros de Exteriores de Francia, Alemania y Polonia quienes negociaron en Kiev un pacto entre Gobierno y oposición, pero sin preocuparse por tutelar su aplicación, por lo que naufragó a las pocas horas. La UE también se desinteresó ante el sectarismo inicial del nuevo régimen, lo que propició la intervención rusa, la anexión de Crimea y la rebelión en las regiones del este.

En plena guerra civil ucraniana, fueron Alemania y Francia quienes fraguaron el alto el fuego de los Acuerdos de Minsk II de febrero del 2015, no la ministra europea de Exteriores. El mismo formato Normandía -Alemania, Francia. Ucrania y Rusia-, ha reactivado este diciembre las negociaciones entre Moscú y Kiev en París para poner fin a la guerra del Donbass, no la UE.

La falta de una estrategia europea coherente y compartida por todos los estados se ha traducido en un protagonismo creciente de los primeros ministros para fijar la política exterior de la UE, con un enfoque muy a corto plazo y desde la óptica nacional, no europea. La política exterior de la UE se ha instalado en una dinámica reactiva, en un contexto casi exclusivo de gestión de crisis y diplomacia declarativa, sin apenas una reflexión a largo plazo.

La dependencia de la economía europea del acceso al mercado norteamericano y la dependencia de la protección militar de EEUU fragilizan la política exterior de la UE cuando no coincide con Washington, como muestran el acuerdo nuclear iraní, las penalizaciones comerciales norteamericanas, la sanciones al proyecto energético Nord Stream 2, o las multas ilegales a compañías europeas.