Bucarest, una noche fría de diciembre de 2019. En las calles del casco antiguo una multitud de rumanos y extranjeros bailan y beben en bares de moda como podrían hacerlo en Milán, Múnich o Barcelona. Luces navideñas adornan todas las avenidas adyacentes, donde un tráfico intenso fluye constante hasta entrada la noche.

La escena no tiene nada de excepcional en una capital de la Unión Europea, pero revela la tremenda evolución histórica de Rumanía si se compara con las imágenes que se conservan del Bucarest de hace solo 30 años.

"Ni siquiera podíamos imaginarnos que llegaríamos a ver algo así", dice a EL PERIÓDICO Mihai Petrescu, un mecánico jubilado que pasea por el centro con su nieto. "Cuando yo era joven apenas había coches. Las calles estaban oscuras, las tiendas vacías y teníamos prohibido hablar con los poquísimos extranjeros que venían".

La transformación a la que hace referencia Petrescu comenzó a hacerse posible el 16 de diciembre de 1989, cuando una protesta popular inédita ocurrida en la ciudad de Timisoara encendió la mecha de la rebelión reprimida a tiros por el Ejército. Muchos muertos después y en un ambiente de confusión que no se disiparía hasta la ejecución del dictador el 25 de diciembre, una masa enardecida pidiendo la libertad que ya se respiraba en el resto del bloque soviético forzó la huida de Bucarest de Nicolae Ceausescu el 21 de diciembre.

UNA TAREA TITÁNICA

Un grupo dirigente liderado por el 'apparatchik' comunista crítico con Ceausescu Ion Iliescu había tomado el poder con el apoyo del Ejército, y tenía ante sí una tarea titánica: sacar al país más pobre de Europa de su miseria y empezar a devolverlo al espacio occidental del que lo habían arrancado 40 años antes los tanques soviéticos.

Aunque el papel de Iliescu y los suyos en una revolución llena de misterios que se cobró más de 1.100 muertos sigue siendo objeto de polémica, y pese a los excesos autoritarios de los primeros tiempos, Rumanía fue consolidando poco a poco su democracia. Después de la primera alternancia en el poder en 1996, el país logró en el 2004 su anhelado ingreso en la OTAN. Tres años más tarde, Rumanía volvía del todo a la familia continental partida durante la guerra fría con su entrada junto a Bulgaria en la Unión Europea.

Pese a los problemas de corrupción y falta de independencia judicial que siguen afectando al sistema, la misma Rumanía en la que todo estaba subordinado a la voluntad de Ceausescu hace tres décadas es hoy un Estado de derecho que celebra elecciones libres, donde la libertad de prensa es una realidad consumada y cientos de miles de personas han salido a la calle en los últimos años para protestar contra el Gobierno.

EMIGRACIÓN MASIVA

El gran fracaso del país ha sido la falta de desarrollo de las zonas rurales, muy golpeadas por unos procesos de privatización ruinosos que empezaron en los años 90 y acabaron con el cierre de muchas de las fábricas y proyectos económicos fallidos con que Ceausescu daba trabajo a la gente artificialmente.

La falta de inversiones sólidas que crearan empleo y la apertura de fronteras, especialmente tras la entrada en la Unión Europea, han provocado en las últimas décadas una emigración masiva que pone a Rumanía en una delicada situación demográfica. Según datos oficiales, 5,6 millones de rumanos, sobre todo jóvenes, viven y trabajan fuera del país, cuya población pasó de los 22 millones en tiempo de Ceausescu a los 19,4 actuales.

Esta tendencia a la baja afecta ya a la productividad y el consumo. Las empresas rumanas tienen problemas para encontrar trabajadores y se han visto obligadas a recurrir a vietnamitas, nepalís y otras nacionalidades asiáticas para satisfacer su necesidad de mano de obra.

MEJOR CALIDAD DE VIDA

Pese a todo, la economía rumana ha crecido entre un 4% y un 7% en los últimos cinco años, unas cifras punteras en Europa que están basadas en los aumentos del sueldo mínimo y las subidas a funcionarios y pensionistas adoptadas a costa del déficit por los gobiernos socialdemócratas del partido de Iliescu. Estas medidas han hecho aumentar sustancialmente la calidad de vida, sobre todo en las principales ciudades, que son un importante polo de atracción para el sector informático y de las tecnologías de la información.

Tras contribuir al Holocausto como aliada de Hitler, Rumanía volvió a ver agitarse sus peores instintos nacionalistas durante el régimen de Ceausescu, cuando la mayoría de rumanos judíos y de origen germano emigraron a Israel y Alemania. Las tensiones con la minoría húngara de Transilvania explotadas por el dictador se inflamaron de nuevo durante la transición a la democracia, haciendo temer a algunos por la posibilidad de un escenario de guerra similar al que vivió Yugoslavia.

Sin embargo, Rumanía ha resuelto razonablemente bien sus rivalidades étnicas, y es el único país de la región que tiene un presidente y un primer ministro que proceden minorías (Klaus Iohannis, de origen alemán, y Ludovic Orban, de padre húngaro).