En la plaza principal de la ciudad, iluminada por grandes torres de luz y años atrás situada junto al mar, se ve el famoso castillo rojo. Hay tres puestos de palomitas, un carro con dos caballos, un poni que va arriba y abajo llevando niños y furgonetas y motos de gran cilindrada que esquivan a los peatones. La plaza no está muy concurrida, teniendo en cuenta que la ciudad tiene cerca de dos millones de habitantes. Podría tratarse de la estampa de una ciudad idílica si no fuera porque es Trípoli, capital de Libia, un país asolado por la tercera guerra en nueve años y desgastada por diversos enfrentamientos entre milicias. El frente, en estos momentos, se encuentra a pocos kilómetros de la plaza.

La primera guerra en Libia fue en el 2011. Arrastrados por la llamada Primavera Árabe en la vecina Túnez, se multiplicaron las manifestaciones y las protestas populares contra el Gobierno de Muamar el Gadafi para derivar en una guerra civil. En aquella época, uno de los principales países de la UE fue baluarte de la revolución. Francia fue importante, principalmente, en Bengasi, donde las tropas del coronel Gadafi se encontraban a las puertas de la ciudad sitiada. Los países europeos entonces fueron al unísono, postura que sin embargo se disuelve en la guerra actual.

La gran fuerza motorizada que estaba ya a pocos kilómetros de Misrata -y que de haber entrado hubiera hecho una carnicería- quedó destruida en pocos minutos por los aviones franceses. En la carretera se podían ver largas colas de tanques y camiones ardiendo. La imagen era dantesca. Aquello marcó el principio del fin para el régimen del coronel y para Misrata, la ciudad mártir, a la que solo se podía acceder por mar desde Malta y burlando el control de la OTAN. Fue el punto de inflexión que aceleró la caida del castillo de naipes.

Misrata fue sometida a un bombardeo sin precedentes, en el que, durante diez días, se podían contar cinco segundos entre las explosiones continuadas de los proyectiles. Lo único que ataba a la ciudad a la vida era el puerto, constantemente bombardeado, por donde entraba comida y armas. Finalmente se rompió el cerco y Misrata sobrevivió.

La caída de la capital, Trípoli, fue insospechadamente sencilla. El principal fue en Bab al-Azizia, la base que se encontraba en el sur de la capital y residencia de Gadafi. Quedaban francotiradores en la ciudad pero la toma de la misma fue muy rápida. El punto final de resistencia y la gran batalla que lo decidió todo en Libia en el 2011 tuvo lugar en Sirte, la misma ciudad donde finalizo la segunda gran guerra en el 2016, esta vez contra el Estado Islámico. Gadafi escapó en una caravana de varios coches que fue destruida desde el aire y se escondió en el interior de unas tuberías, donde lo encontraron los revolucionarios.

La misma persona a la que, meses atrás, amenazó con matar casa por casa a todas «las ratas» que se opusieran a él, cumplió su palabra disparando a matar a quienes se manifestaban pacíficamente. El que detentó el poder durante tantos años acabó siendo una persona desorientada, incrédula y temerosa, exenta ya de cualquier influjo. El que un día fuera el hombre más temido de Libia se convirtió en una caricatura de sí mismo. Con su muerte, aunque algunos focos de resistencia aun estaban activos, se dio por concluida la guerra.

el GERMEN / Tras el 2011, el que tenía que ser primer año del triunfo del cambio generado por la sociedad libia, se fue convirtiendo poco a poco en un rompecabezas cada vez más complejo. Se disputaba principalmente la lucha por el control del país. A diferencia de otros países, en el caso de Libia no se trataba de un tema sectario.

El fracaso de un gobierno único, debido a la lucha de distintas familias por el control de Libia y a las injerencias externas de otros países, propicia que el Estado Islámico (EI) consiga tomar Sirte en el 2014. En esta ciudad, además de en Raqqa y en Mosul, tuvo el EI sus tres capitales. El ataque con coche bomba de dos controles, firmado por el grupo islamista, genera la segunda guerra que envuelve Libia a partir del 2016.

En esta guerra fue donde germinó la semilla del conflicto actual. Por primera vez se empezaron a utilizar drones de uso civil para mapear las zonas de las ofensivas contra el EI. Por lo demás, era como si no hubieran pasado seis años: todo un arsenal, el mismo -ametralladoras, tanques, fusiles-, procedente de la extinta Unión Soviética. La guerra contra el EI fue salvaje y pudieron verse más de 87 de los temidos dogma -coches bombas-, mujeres con cinturones explosivos que se rendían y se inmolaban y trampas de todo tipo. Hasta que, finalmente, Sirte cayó arrasada una vez más.

El último día de la liberación, unos combatientes del EI que amenazaron con hacer estallar un explosivo fueron quemados vivos y eso marcó el fin del Califato en Libia. Esa etapa se abrió por enfrentamientos entre milicias, hasta la formación del Gobierno con sede en Tobruk del general Hafter -jefe del autoproclamado Ejército Nacional Libio- en abril del 2019. Esta nueva guerra marca otro punto de inflexión el país por el cambio de estrategia de algunos países que inicialmente apoyaron al Gobierno al cual ahora giran la espalda.

Nada cambia en la Libia del 2019, más allá de un nuevo elemento. Por primera vez se oyen los temidos drones militares, la gran mayoría del general Hafter, que controla los cielos pero no tiene la capacidad terrestre para tomar el control de la ansiada Trípoli. Aunque en un determinado momento pareció que la tenía, la experiencia de todos los mandos y soldados -la mayoría de Misrata una vez más- adquirida en las otras dos guerras, es una de las bazas principales con las que juega el gobierno del GNA de Trípoli, el órgano ejecutivo de transición auspiciado en el 2015 por Naciones Unidas.

Libia es actualmente un tablero de ajedrez que enfrenta a países de la Unión Europea, del Golfo, China, Rusia y Estados Unidos por el control, una vez más, de los recursos naturales. Quien sigue pagando el alto precio son los civiles libios, que acumulan miles de muertos y no tienen un país donde vivir.