La cólera argelina tras años de represión y corrupción institucional se concentra cada viernes en la Grande Poste de Argel, la capital. Desde hace tres meses no hay palabra más escuchada en el país que Hirak. Es el nombre en árabe del término movimiento, y sirve para categorizar la mayor agitación popular en el país magrebí desde su independencia, en 1962.

El Hirak es mucho más que una protesta masiva y sistematizada. Se ha convertido en un movimiento que pretende desembocar en el nacimiento de una nueva sociedad. En el corazón de la capital se percibe una nueva ilusión, efímera o no, que ha permitido a la población expresar su hartazgo ante la falta de libertades, reconciliarse con ella misma y hasta, en cierta forma, redescubrirse tras décadas de aislamiento y desconexión con el resto del mundo. «¿Vas a ir al Hirak?», «¡Nos vemos en el Hirak!», se escucha todo el rato. Los argelinos se aúpan a la energía surgida de la calle como un instrumento de poder y de expresión libre. La calle ha sido el espacio reservado durante medio siglo a las fuerzas de seguridad. Pero las cosas han cambiado. Ahora es el lugar al que los ciudadanos se aferran a la desesperada como vía de resistencia y de esperanza.

ROLES / La calle y su masiva movilización han desbancado del trono presidencial al anciano Abdelaziz Buteflika, quien pese a estar muy debilitado por la enfermedad, iba a presentar su candidatura por quinta vez. La protesta ha conseguido también desmantelar el clan presidencial y hasta a su partido, el Frente de Liberación Nacional (FLN), que gobernó Argelia los últimos 50 años y ha permitido la detención de algunos hombres de negocios y figuras políticas acusadas de corrupción.

«Este partido debe encerrarse en un museo. Cumplió su rol de liberación de Argelia en el momento de la colonización y desde entonces su función en la vida política se terminó», asegura Djalal Mokrani, activista y administrador del colectivo de Reunión de la Juventud de Argelia. Sus proclamas apuntan con fuerza contra la mafia que lideró el país con el permiso de la burguesía industrial y con una red clientelista que «gangrenó» instituciones, «despolitizó» a la mayoría de la población y la confinó a una cultura de dependencia, según Mokrani.

Para el periodista argelino Mahrez Rabia es el resultado de un Estado rentista asentado en el recurso petrolífero: «Nos han educado para ser un pueblo asistido. Comprando la paz social pensaron perpetuarse», denuncia a este diario. «No podemos abandonar la calle porque en experiencias anteriores ha costado muertos, detenciones y represión. Esta vez nos pertenece», insiste.

El desafío se mantiene pese a la ausencia de un liderazgo del movimiento, aunque se perciben señales de debilitamiento ante las amenazas del nuevo jefe del Estado, el general Ahmed Gaid Salah. El hombre fuerte del país combina el dedo amenazante con la coordinación de estrategias para contener las protestas y hacerlas desaparecer de la vía pública. La principal es convocar elecciones presidenciales para el 4 de julio. Si se confirman, se prevé un boicot masivo y, por tanto, un fracaso del oficialismo en las urnas.

«No se pueden convocar unos comicios sin transición», manifiesta Mohcine Belabbas, secretario de la formación política de la eterna oposición, la Agrupación por la Cultura y la Democracia. Este líder social propone como único camino hacia la refundación del país, la inmediata dimisión del actual jefe de Estado, la disolución de las dos cámaras y la creación de una instancia de transición pilotada exclusivamente por actores de la sociedad civil. Estas reivindicaciones políticas son compartidas por gran parte de una ciudadanía airada como nunca antes.

Una lista negra con nombres de presuntos sospechosos de participar en asuntos turbios circula en las redes. Más allá de señalar corruptos, es una forma de enviar señales a la población para evidenciar que se abren tiempos de cambio. El último arresto ha sido el de la secretaria general del Partido de los Trabajadores (PT), Louisa Hanoune, a quien relacionan con el hermano del expresidente, Sadi Buteflika, y de los exdirectores de los servicios secretos, los generales Mohamed Mediane y Atmán Tartag. Todos ellos han ingresado en prisión acusados de «complot contra el Estado».

Sin embargo, la mayoría de la población califica estas detenciones de una «estrategia» de la élite militar para deshinchar la movilización y salvar la imagen del Ejército.

Cada semana las protestas alcanzan mayor grado de vértigo y emplazan al poder a dar respuestas más allá del gesto de cara a la galería. Mientras, la calle seguirá siendo de la juventud.