Jair Bolsonaro, el candidato del Partido Social Liberal (PSL), se convirtió ayer en el futuro presidente de Brasil al obtener el 55,7% de los votos frente al 44,3% alcanzado por Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT). Treinta y tres años después de la normalización democrática, la mayoría de los brasileños eligieron que dos militares conduzcan sus destinos: Bolsonaro, capitán retirado, y el general Hamilton Mourão. Ningún dirigente de extrema derecha se presentaba a unas presidenciales desde 1955.

Bolsonaro votó con una puesta en escena que prefiguraba los resultados. Desde tierra y aire lo custodiaron como si ya se tratara de un jefe de Estado. Ante las cámaras dejó ver que tenía un chaleco antibalas que lo protegería de un eventual nuevo atentado.

Imágenes guerreras, memes iracundos o racistas y fake news le llevaron hasta la segunda vuelta como favorito. Lo hizo sin debatir con su rival ni moderar sus invectivas. Los que en el colegio electoral le gritaron «mito, mito», halago que el capitán retirado devolvió con los dedos haciendo la «V», desconocen en los hechos su programa mínimo de Gobierno. Ellos se sienten emocionalmente identificados con sus bravatas de «soldado» que solo pone por encima suyo al Dios de los pentecostales. Los evangélicos son los otros ganadores de la contienda. Desde los púlpitos y la televisión, los obispos pidieron a sus más de 40 millones de feligreses elegir al líder del PSL.

Haddad había recortado ventajas de manera considerable la última semana. Cerca suyo reconocen que, de haber comenzado la campaña tan solo 15 días antes, habría tenido más tiempo para desenmascarar a Bolsonaro ante la sociedad. Esa demora se debió a que Luiz Inacio Lula da Silva, preso en una cárcel de Curitiba y candidato natural del PT, peleó hasta último momento por su derecho a participar en los comicios. A última hora le dieron sus votos cantantes, yotubers y personajes que consideraron, ante todo, la necesidad de impedir el ascenso de la ultraderecha. No bastó.

El país se ha partido. Las personas descubrían que padres o hijos, amigos o sus parejas hablaban un lenguaje bélico y rencoroso hacia el PT, los pobres y los intelectuales. Se sentían inexplicablemente cautivadas por el «mito». Por ahora esas multitudes festejan: el mesías de la mano dura viene a «barrer» del mapa a los que no acepten el giro.

El asesinato en las vísperas de un joven que simpatizaba por Haddad fue percibido como un augurio tenebroso. En adelante, habrá que cuidarse, sugirió Janio de Freitas en Folha. «Los negros, homosexuales, pensionados, actores y artistas, sin tierra y sin techo, pequeños asalariados, indígenas, medios de prensa y periodistas, favelados (habitantes de las chabolas) expuestos a tiroteos, ambientalistas: son muchos con motivos para sentirse amenazados por Bolsonaro».

Bolsonaro es una moneda de dos caras: de un lado, la vocación autócrata, sostenida por los que piden pena de muerte, portar armas, sancionar con trabajos forzados a los opositores y, ante todo, librar una guerra de verdad contra el narcotráfico y la delincuencia.

A la vez, se espera que aplique una drástica política de ajuste económico y privatizaciones que, predicen analistas, avivará el fuego del conflicto social. El general Mourão adelantó que se viene un paquete de medidas brutales a partir del 1 de enero.