Jair Bolsonaro, el candidato del Partido Social Liberal (PSL), será el futuro presidente de Brasil al obtener el 55,7% de los votos frente al 44'3 % alcanzado por Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT), según lo confirmó el propio Tribunal Supremo Electoral. Treinta y tres años después de la normalización democrática, la mayoría de los brasileños eligieron que dos militares conduzcan sus destinos: Bolsonaro, capitán retirado, y el general Hamilton Mourão. En la acomoda Barra do Tijuca, al sur de esta ciudad, una multitud rodeó de inmediato la casa del vencedor para dar rienda a una fiesta con fuegos artificiales. Tambien hubo jarana en la playa de Copacabana. Los cariocas saltaron y gritaron entre banderas verdes y amarillas, camisetas del seleccionado, fotos del triunfador y también autaúdes con los colores y la sigla del PT.

Desde 1955 que un dirigente de extrema derecha no se presentaba en una presidencial. Plínio Salgado quedó esa vez en cuarto lugar en la contienda que consagró vencedor a Juscelino Kubitschek, el gran modernizador del país. Con el apoyo de la Italia mussoliniana, Salgado había fundado en los años treinta la Acción Integrista, con sus "camisas verdes" y sus facciones paramilitares. Pasaron 73 años para que Bolsonaro llegara mucho más lejos que el antiguo fascista: hasta el Palacio Planalto.

Bolsonaro votó en la Escuela Municipal Rosa da Fonseca, en la Villa Militar, ubicada en la zona norte de la ciudad, con una puesta en escena que prefiguraba los resultados. Desde tierra y aire lo custodiaron como si ya se tratara de un jefe de Estado. Ante las cámaras dejó ver que tenía un chaleco antibalas que lo protegería de un eventual nuevo atentado.

Imágenes guerreras, memes iracundos o racistas y 'fake news' le llevaron hasta la segunda vuelta como favorito. Lo hizo sin debatir con su rival ni moderar sus invectivas. Los que en el colegio electoral le gritaron "mito, mito", halago que el capitán retirado devolvió con los dedos haciendo la "V", desconocen en los hechos su programa mínimo de Gobierno. Ellos se sienten emocionalmente identificados con sus bravatas de "soldado" que solo pone por encima suyo al Dios de los pentecostales.

Victoria de los evangélicos

Los evangélicos son los otros ganadores de la contienda. Desde los púlpitos y la televisión, mientras recomendaban beber "agua consagrada", alabar a una fuerza omnipotente pero piadosa, o adquirir sin costo un juego de llaves que abre las puertas de la vida, el éxito financiero y amoroso, los obispos pidieron a sus más de 40 millones de feligreses elegir al líder del PSL.

Haddad había recortado ventajas de manera considerable. Cerca suyo reconocen que, de haber comenzado la campaña tan solo 15 días antes, habría tenido más tiempo para desenmascarar a Bolsonaro ante la sociedad. Esa demora se debió a que Luiz Inacio Lula da Silva, preso en una cárcel de Curitiba y candidato natural del PT, peleó hasta último momento por su derecho a participar en los comicios.

A última hora le dieron sus votos cantantes, 'yotubers', y personajes que consideraron, ante todo, la necesidad de impedir el ascenso al poder de la ultraderecha. No bastó y, posiblemente, la suerte estaba echada. Tereza Crunivel, columnista de 'Jornal do Brasil', sostuvo que en un país “con más amor a la democracia”, la amenaza de Bolsonaro habría generado una amplia coalición para frenarlo. Pero a los líderes del campo democrático les faltó "grandeza" para darle la mano al adversario de ayer. Ciro Gomes y Fernando Henrique Cardoso "no son los únicos que serán recordados por la omisión si viene lo peor".

Un país partido

El país se ha partido. Los enfrentamientos calaron hondo en las familias y las parejas. Los psicólogos recibieron un tropel de consultas. Las personas descubrían que padres o hijos, amigos o sus parejas hablaban un lenguaje bélico y rencoroso hacia el PT, los pobres y los intelectuales. Se sentían inexplicablemente cautivadas por el "mito". Por ahora esas multitudes festejan: el mesías de la mano dura viene a "barrer" del mapa a los que no acepten el giro político.

En este Brasil de sentimientos tan polarizados, el libro 'Cómo la democracia llega a su fin', del inglés David Runciman, se ha convertido en lectura casi obligada de los que no abrigan ninguna esperanza. El otro ensayo consultado es 'Cómo funciona el fascismo', de Jason Stanley, quien ubica a Brasil como uno de los países donde augura un posible resurgimiento de las políticas más regresivas.

El asesinato en las vísperas de un joven que simpatizaba por Haddad en la ciudad de Pacajus fue percibido como un augurio tenebroso. En adelante, habrá que cuidarse, sugirió Janio de Freitas en las páginas del diario paulista Folha. "Los negros, homosexuales, pensionados, actores y artistas, sin tierra y sin techo, pequeños asalariados, indígenas, medios de prensa y periodistas, favelados (habitantes de las chabolas) expuestos a tiroteos, ambientalistas: son muchos con motivos para sentirse amenazados por Bolsonaro".

Bolsonaro es una moneda de dos caras: de un lado, la vocación autócrata, sostenida por los que piden pena de muerte, portar armas, sancionar con trabajos forzados a los opositores y, ante todo, librar una guerra sin cuartel contra el narcotráfico y la delincuencia. Tendrá la segunda bancada del Congreso, conocida como BBB (Buey, Biblia y Bala). A la vez, se espera que aplique una drástica política de ajuste económico y privatizaciones que, predicen analistas, avivará el fuego del conflicto social. El general Mourão adelantó que se viene un paquete de medidas brutales a partir del 1 de enero. "Hay que aprovechar la luna de miel", dijo.