Son miles. También niños. Los más afortunados duermen sobre plásticos o cartones. Caminan diez horas al día. No tienen nada, solo la esperanza de tener algo. La caravana de hondureños sigue su camino hacia la América de Trump. Y la sombra de su viaje es la misma de los migrantes que cruzan África, la de los refugiados que tratan de alcanzar una orilla en paz, la de los rohinyás que huyen de Birmania Es el éxodo de millones de personas que se niegan a vivir y morir en las cloacas de un sistema que solo contempla la riqueza de unos pocos, muy muy pocos, y el bienestar más o menos precario de otra minoría. Bienestar sustentado en callar y aceptar las dinámicas que condenan a la muerte, la miseria, la violencia o la esclavitud de esas sombras. Que nada enturbie un buen trato armamentístico o energético, o la trata de personas. Cerremos los ojos y la conciencia y vendamos armas a Arabia Saudí. Business son business.

Sombras. Son la caravana, son los refugiados, son los migrantes Personas condenadas durante años a ver su nombre propio desdibujado por el calificativo colectivo, expuestas a verse ensuciadas, insultadas, rechazadas por la maldad de cualquiera que comparta esa misma etiqueta. Cuatro migrantes asesinan un refugiado viola Con cada noticia, vuelve el miedo. El miedo con el que se ha comido, dormido y parido durante años. El que impulsa sus pasos. El que, de algún modo, nosotros provocamos.