Amenos de dos semanas para las elecciones legislativas en Estados Unidos, la atención del país sigue centrada en los paquetes bomba enviados esta semana a prominentes personalidades del campo demócrata, todos ellos, objetivo habitual de las diatribas del presidente Donald Trump. La búsqueda de los responsables se ha intensificado, pero los paquetes siguen llegando. Los últimos iban dirigidos al exvicepresidente, Joe Biden, y el actor Robert DeNiro, uno de los críticos más feroces del republicano. Aunque ninguno de los artefactos ha llegado a explotar, sí lo ha hecho el cruce de acusaciones por el clima de violencia que emana del discurso político. Trump está en el centro de las miradas, pero en otro requiebro marca de la casa, ha culpado a la prensa de ser su principal promotor.

«Buena parte de la ira que vemos hoy en nuestra sociedad está causada por la información deliberadamente falsa e incorrecta de los medios generalistas, a los que yo llamo Noticias Falsas», escribió el presidente en las redes sociales. «Se ha vuelto tan mala y cargada de odio que es difícil describirla». Trump nunca ha tolerado bien las críticas a su gestión que salen de muchos medios, una idea que enfatizó su portavoz al afirmar que «el 90%» de lo que se publica sobre el jefe de la Casa Blanca es negativo. Sarah Sanders fue más allá y acusó a la CNN de apostar por «el ataque y la división». Esa es la misma cadena que el miércoles tuvo que evacuar su sede en Nueva York después de recibir un paquete bomba dirigido al ex director de la CIA, John Brennan, quien colabora ocasionalmente con la cadena. Barack Obama, Hillary Clinton, George Soros o Eric Holder fueron otros de los destinatarios.

COMPLOT CONSPIRATORIO / La sociedad estadounidense está tan polarizada que la línea argumental de Trump resuena con fuerza entre el electorado conservador. Él más que nadie se ha entregado a cuestionar la credibilidad de los medios, presentándolos como una pieza más del complot conspiratorio que trata de destruirlo. En esta campaña, lo ha combinado con la demonización de los demócratas, a los que acusa de querer transformar a Estados Unidos en un país socialista como Venezuela. A sus seguidores los describe como una «peligrosa turba izquierdista», apoyándose en los escraches que algunos políticos conservadores han sufrido en varios lugares públicos alrededor del país. Y desde la derecha mediática se citan unas recientes palabras de Clinton como supuesta prueba de la incitación a la violencia de sus rivales políticos. «No puedes comportarte de forma civilizada con un partido que aspira a destruir lo que defiendes», dijo la excandidata demócrata a principios de mes.

Pero objetivamente ningún político ha amparado la violencia como Trump lleva haciendo desde que aterrizó en la política. Siendo todavía candidato se ofreció a pagar los costes legales de cualquiera de sus seguidores que linchara a los manifestantes que protestaban en sus mítines. O llamó también a la América armada a actuar si Clinton ganaba las elecciones y nombraba jueces contrarios a la Segunda Enmienda. Unos llamamientos que ha combinado con temerarias caracterizaciones falsas de sus rivales. De Obama dijo que fue «el fundador del Estado Islámico».

En su mitin del miércoles en Wisconsin, llegó a reírse del relativo tono presidencial que adoptó plegándose a las circunstancias. «Aquellos que participan en la arena política tienen que dejar de tratar a sus rivales como moralmente defectuosos», dijo.

La Policía investigaba ayer los paquetes bomba, incluidos los enviados ayer a Biden y DeNiro. En total van 10 paquetes dirigidos a ocho políticos y personalidades demócratas. Todos ellos tienen características similares. Fueron enviados en sobres acolchados; las direcciones se escribieron con ordenador y algunos llevaban como remitente el nombre de la congresista y expresidenta del Partido Demócrata, Debbie Wasserman Schultz. Las autoridades sospechan que pudieron ser enviados desde Florida y tratan de dilucidar también porque no explotó ninguno de los artefactos.