La incertidumbre se ha apoderado de la investigación de la trama rusa tras otra jornada extraordinariamente convulsa en Washington. El hombre que supervisa las pesquisas al frente del Departamento de Justicia parece tener las horas contadas. La prensa estadounidense daba por hecho el lunes que Rod Rosenstein será despedido en las próximas horas o presentará su dimisión después de que un reciente artículo periodístico revelara que el año pasado propuso un sistema de escuchas para espiar al presidente Donald Trump y quiso promover una enmienda constitucional para apartarle del poder. La caída del número dos de Justicia y fiscal general adjunto sería un regalo impagable para la Casa Blanca, que había encontrado en Rosenstein a un rival formidable por su apoyo total a la investigación de la trama rusa.

Las especulaciones sobre el futuro del veterano fiscal se dispararon tras conocerse que Rosenstein acudió por la mañana a la Casa Blanca tras comunicar durante el fin de semana a sus allegados su intención de dimitir. Pero fue una falsa alarma. Al menos por el momento. La Casa Blanca afirmó en un comunicado que el fiscal general adjunto mantuvo una “larga conversación telefónica” con Trump para discutir las últimas informaciones periodísticas y finalmente acordaron reunirse el jueves en Washington, cuando el presidente regrese a la capital tras participar en la Asamblea General de la ONU en Nueva York. En todo caso, sus opciones de seguir en el cargo se antojan pírricas porque, ahora sí, el presidente tiene a su alcance un pretexto de envergadura para deshacerse de él.

Rosenstein ha tenido un protagonismo central en las pesquisas para desentrañar la interferencia rusa en las pasadas elecciones y la posible cooperación de la campaña de Trump con el entramado del Kremlin. Un protagonismo que debe a la decisión del fiscal general, Jeff Sessions, de recusarse de la investigación a principios de 2017 por los contactos que mantuvo con el embajador ruso durante la campaña, cuando formaba parte del equipo de asesores de Trump. Aquella decisión de Sessions, que el presidente nunca le perdonó, dejó en manos de su número dos el mando de la investigación. Y a Rosenstein no le tembló el pulso. Suya fue la decisión de designar a Robert Mueller como fiscal especial para liderar las pesquisas sobre la trama. Y también la de autorizar a Mueller para que procesara al abogado personal de Trump por fraude fiscal, lo que provocó que Michael Cohen haya acabado cooperando con los investigadores.

Entre medio, sin embargo, Rosenstein pudo haber cometido un error garrafal. O eso se desprende de las revelaciones publicadas la semana pasada por ‘The New York Times’, que se remontan a la primavera de 2017. Trump acababa de despedir al jefe del FBI, James Comey, una tormenta política que se acentuó poco después tras conocerse que, durante una visita a la Casa Blanca de altos funcionarios rusos, compartió con ellos secretos de Estado. En la capital muchos se convencieron de que el presidente era una amenaza para la democracia estadounidense. Y entre ellos estaba aparentemente Rosenstein.

En diversas conversaciones con altos cargos de Justicia y el FBI, Rosenstein sugirió poner en marcha un sistema de escuchas para grabar en secreto las conversaciones con el presidente. No solo eso. También abogó por entablar conversaciones con el gabinete para animarles a invocar la 25 enmienda, que permite al vicepresidente iniciar un procedimiento para apartar del poder al comandante en jefe si sus lugartenientes consideran que está incapacitado para ejercer sus funciones. Ninguna de las dos medidas acabó materializándose.

Rosenstein ha negado la información del 'Times' diciendo que es “factualmente incorrecta”. Y algunos de los funcionarios presentes en aquellas conversaciones sostienen que lo dijo en tono sarcástico. Pero lo cierto es que Trump llevaba mucho tiempo acusando a Rosenstein de ser parte de la supuesta “caza de brujas” orquestada por los demócratas para hundir su presidencia y estas últimas informaciones le darían la munición que necesita para cesarle. De hacerlo, no está claro si podrá nombrar un fiscal que responda a sus dictados, pero como mínimo se quitará de encima a uno de los más correosos.

La respuesta podría conocerse el jueves, una jornada que será extraordinariamente trepidante. Ese día volverá a testificar en el Senado Brett Kavanaugh, el juez nominado por Trump para ocupar la plaza vacante del Tribunal Supremo. Pero esta vez se enfrentará en una especie de careo a Christine Blasey Ford, la profesora universitaria que ha acusado al juez de intentar violarla en una fiesta del instituto de hace 36 años. Ford no es la única sombra que ha aparecido en el pasado de Kavanaugh. La revista ‘New Yorker’ publicó el domingo las alegaciones de una segunda mujer que dice haber sido víctima del juez. En su caso, de "conducta sexual inapropiada".

Deborah Ramirez sostiene que hace 35 años, durante una fiesta en la universidad de Yale, mientras jugaban a un juego de beber, Kavanaugh se bajó los pantalones y le puso el pene delante de la cara. El juez también lo ha negado, pero los demócratas han pedido que se aplace el proceso de confirmación para que el FBI pueda investigar los hechos. Kavanaugh tiene a la Casa Blanca a su lado. En unas declaraciones desde Nueva York, Trump ha declarado que, si bien hay que escuchar a las dos mujeres, el juez tiene todo su respaldo.