A principios de este mes y en presencia de casi 50 jefes de Estado de la práctica totalidad de países de África, el presidente chino, Xi Jinping, anunció en Pekín un ambicioso paquete de inversión para el continente. Si Jinping cumple su promesa, China desembolsará durante los próximos tres años en África 60.000 millones de dólares (cerca de 52.000 millones de euros), en forma de préstamos sin intereses, líneas de crédito, fondos para el desarrollo y apoyo a los países receptores para financiar sus exportaciones a China, además de fomentar la inversión directa de empresas chinas en los países africanos.

La presentación de esta nueva fase de un ‘plan Marshall’ chino para África que tiene la intención declarada de contribuir a su industrialización y a sacarla de su crónico subdesarrollo estuvo marcada por la camaradería y la euforia. Pero algunos expertos advierten de los riesgos que para los países del continente supone endeudarse masivamente con una potencia mundial que ya ha sido acusada de prácticas neocolonialistas en sus tratos con naciones más pobres.

“La inversión de China en África no viene con condiciones políticas”, declaró Jinping ante sus socios africanos. “No interferiremos en la política interna de los países ni exigiremos demandas que la gente piense que son difíciles de cumplir”, remachó el líder del gigante asiático en clara referencia a Estados Unidos y Europa, cuyas exigencias de democratización y lucha contra la corrupción a los países en los que invierten ha sido tachadas de injerencistas por los dirigentes del continente. Uno de los presidentes más influyentes de África, el ruandés Paul Kagame, se felicitó por la “profunda transformación interna” y de “la posición global” del continente que ha supuesto “el compromiso de China” con sus países. Sus elogios al benefactor chino fueron repetidos por el resto de presidentes invitados, que recibieron con alivio la lluvia de inversiones en sus necesitadas economías.

SITUACIÓN DE DEPENDENCIA

El entusiasmo que reinaba en la cumbre de Pekín, sin embargo, no es compartido por muchos observadores, que alertan de lo difícil que -pese a las condiciones ventajosas ofrecidas- será para muchos devolver tanto dinero y de las posibles consecuencias del impago. Los países africanos beneficiarios -que acumulan ya una deuda de 100.000 millones de dólares a China- podrían quedar comprometidos durante generaciones e incluso haber de ceder al gigante asiático parte de las infraestructuras y proyectos construidos con yuanes.

Según datos del Proyecto de Investigación China-África, que se dedica a estudiar las relaciones entre las dos partes, el 72% de la deuda bilateral de Kenia es con China, una situación de dependencia que también tienen países como Zambia, la República del Congo o Yibuti, un pequeño país ubicado en el cuerno de África en el que China ha abierto su primera base militar en el extranjero y sobre el que el Fondo Monetario Internacional expresó su preocupación tras alcanzar su deuda externa el 85% de su PIB.

“El 40% de los países del África subsahariana tienen ya un alto riesgo de endeudamiento alto”, escribe el analista nigeriano Inwalomhe Donald, que añade: “al tener tanta deuda concentrada en las manos de un solo acreedor dependen peligrosamente del proveedor”.

Quienes ven en la actitud de China en África una reedición del neocolonialismo económico occidental suelen citar como ejemplo lo ocurrido en Sri Lanka, donde el gobierno se vio obligado el pasado diciembre a entregar durante 99 años a China uno de sus puertos estratégicos, al no poder devolver el dinero de unos créditos que en su día fueron la tabla de salvación de un gobierno irresponsable y desesperado.

Estos efectos del endeudamiento excesivo tienen impacto sobre la soberanía misma de los países, pero también afectan de manera decisiva al equilibrio político de las regiones y de continentes enteros. En la última década, China ha superado a Estados Unidos como principal socio comercial de África, y el ‘plan Marshall’ que ha lanzado Xi Jinping para el continente aumentará el poder de Pekín y dotará a su política exterior de mecanismos para acrecentar su influencia militar y geopolítica.

FALTA DE TRANSPARENCIA

Otra de las preocupaciones en torno a los acuerdos del régimen comunista de Pekín en África es la falta de transparencia de las dos partes sobre los detalles y las condiciones. Algunos de los compromisos más importantes se han firmado con Sudáfrica, cuyas dilapidadas empresas públicas recibirán créditos millonarios indispensables para su supervivencia. La oposición ha pedido que se haga público el acuerdo, a lo que el gobierno se ha negado apelando a su confidencialidad.

Este secretismo, que es común en las operaciones comerciales chinas en países generalmente poco democráticos como los africanos, despierta las sospechas sobre las condiciones de los préstamos, y hace temer que algunos dirigentes hayan hipotecado sus países a cambio de acceder al dinero rápido que necesitan para sobrevivir y presentarse con popularidad a las elecciones.