Los rebeldes sirios detonaron ayer dos puentes que unían, hasta ayer, la región de Latakia, bajo control del régimen de Damasco, y la región de Idleb, bajo control opositor. Esta zona, Idleb, es la última que queda, en toda Siria, bajo control rebelde: Bashar el Asad ya está preparando su ofensiva allí, que servirá, de completarse, para terminar la guerra de combates entre facciones en Siria.

Precisamente, por este motivo, los rebeldes sirios derribaron los puentes: para retrasar una ofensiva que parece inminente. Durante el último mes, tras completar la captura de la ciudad de Deraa, en el sur de Siria, Asad ha estado mandando sus soldados y milicias aliadas -muchas de ellas pagadas por Irán-, tanques y aviación hacia el norte, hacia Idleb. Rusia, también aliada de Damasco en la guerra- ha mandado más buques de guerra y cazas a la zona. La artillería, en el frente de Idleb, hace meses que retumba a diario. Pero los combates, de momento, esperan a tener luz verde. Las fuerzas de Damasco están todas reunidas en la región, pero la operación no ha empezado.

No lo ha hecho porque, en la zona, hay presencia de militares turcos, que establecieron, hace un año, puestos de observación dentro de las fronteras de Idleb. Una operación a gran escala sobre la provincia solo podrá materializarse con el beneplácito de Ankara, que teme que los combates traigan una nueva ola de refugiados hacia Turquía, país que acoge, en la actualidad, a tres millones de sirios.

EVITAR EL DESASTRE / «Estamos realizando trabajo conjunto con los rusos y los iranís sobre Idleb para evitar otro desastre como el de Alepo», declaró el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. El desastre de Alepo, de hace dos años, se repitió este pasado febrero en la región de Guta oriental. Las bombas que lo provocaron fueron las de Damasco y Moscú. Turquía, ahora, intenta echar de la región a la milicia Hayat Tahrir al Sham, anteriormente conocida como Jabhat al Nusra: Al Qaeda en Siria. Este grupo yihadista controla el 60% de Idleb, y su presencia, precisamente, es una de las excusas que ponen Damasco y Moscú para justificar el ataque: la base militar rusa de Tartus ha sido atacada en varias ocasiones por drones caseros fabricados por Hayat Tahrir al Sham.

La ofensiva, de momento, parece parada hasta el 7 de setiembre, cuando Erdogan se reunirá con el presidente ruso, Vladímir Putin, y el presidente iraní, Hasan Rohaní. Será la tercera vez que los mandatarios se encuentran en menos de un año; las dos anteriores fueron en Rusia y Turquía y, esta tercera, ocurrirá en Teherán. En el encuentro se espera que Turquía de su visto bueno a la operación, aunque intentará negociar que sea lo menos brutal posible para evitar la llegada masiva de refugiados a su frontera.

Damasco, en cambio, asegura que no, que llegará hasta el final en Idleb, que hará lo que tenga que hacer y que, después de conquistar Idleb, irá a por las tres provincias sirias -Afrín, Jarabulus y Azaz- que Turquía controla justo un poco más al norte. Y que, además, tras esto, Damasco no se detendrá y conquistará la provincia turca de Hatay, que Turquía se anexionó en 1939 del protectorado francés que era, por aquel entonces, Siria.

Los civiles de Idleb le tienen miedo a Asad y protestan. Ayer, en la mayor ciudad de la región, también con el nombre de Idleb, un pequeño grupo de personas se ha manifestado para pedir que el Ejército turco les defienda. Turquía, ante la inminencia de la ofensiva, ha mandado varios blindados a la región, pero su tarea, allí, es solo de vigilancia: los soldados turcos en Idleb son muy pocos. En Idleb hay 2,5 millones de civiles, 1,8 millones de ellos son desplazados internos de otras regiones. Llegaron huyendo de los avances de Asad.