Una quincena de mujeres conversa en una sala de la sede de la Asociación para la Protección de Mujeres y Niños (AISHA) en Gaza. Intercambian experiencias sobre su paso de víctimas de violencia de género a supervivientes y cuentan sus planes de futuro. “Me casé a los 14 años y me divorcié nueve años después. Tuve cuatro hijos. Luego me volví a casar, pero mi marido me abandonó”, explica con serenidad Hidaya, de 36 años, a quien su primer esposo maltrataba.

Una de sus hijas, que también sufrió malos tratos, se escapó de casa. Hidaya pensó en suicidarse, pero superó su situación gracias a AISHA, que cuenta con el apoyo de la oenegé española Alianza por la Solidaridad. El sueño de Hidaya es abrir una peluquería y ser autónoma, y para ello se prepara en un taller del programa de empoderamiento psicosocial, legal y económico para víctimas de violencia de género que ofrece AISHA.

La población femenina sufre múltiples formas de violencia y discriminación en Palestina. “Los motivos están relacionados con la situación de ocupación (israelí) prolongada que restringe la capacidad de movimiento de la gente, el acceso a oportunidades y a un trabajo. Esto genera frustración y falta de perspectivas que causan comportamientos violentos”, señala Marta Gil, coordinadora de Alianza en Palestina. “Se añade que la sociedad es conservadora, el rol de las mujeres está en un segundo plano y hay un gran déficit en igualdad de género y derechos de las mujeres ”, subraya Gil.

CIERRE DE FRONTERAS

Gaza, con dos millones de habitantes, es muy vulnerable. Las tres ofensivas israelís que sufrió entre final de 2008 y 2014 la devastaron. La última causó 2.251 muertos -la mayoría civiles- y 11.000 heridos. La destrucción se sumó al hundimiento de la economía provocado por el bloqueo de Israel y el cierre de fronteras de Egipto. El índice de paro es del 43% -el 60% entre los jóvenes- y la tasa de pobreza extrema del 38,8%.

Los niveles de violencia contra las mujeres -física, sexual, psicológica, económica y política- mayoritariamente por parte de familiares, se dispararon tras la ofensiva de 2014. El 39,6% de las gazatíes -un 6.6% más que hace dos años- la ha sufrido en su familia, y una de cada cinco ha sido víctima de agresiones sexuales, según una investigación de Alianza y Action Aid, realizada en 2015.

Para las mujeres es muy difícil exponer los casos de violencia, pero lentamente van rompiendo tabús con valentía y a superar secuelas. “Inicialmente vienen a la clínica para una visita ginecológica porque la terapia psicológica está estigmatizada”, dice Firyal Thabet, directora del Centro de Salud de Mujeres del campo de refugiados de Al Bureij, en Gaza. En la clínica estudian el caso de la paciente y la tratan a nivel multisectorial.

El centro, creado en 1995 por la Asociación de Cultura y Libre Pensamiento (CFTA), ofrece servicios de salud sexual y reproductiva, apoyo psicosocial y legal a víctimas de violencia de género y discapacitadas. Atiende a unas 600 mujeres al mes con absoluta confidencialidad y les ofrece espacios donde dejar a los hijos que las acompañan.

CONSTRUIR LA AUTOESTIMA

La CFTA trabaja con Alianza, que apoya a cuatro centros de salud de Gaza, dos en Al Bureij, uno en Yabalia y otro en Beit Hanun con fondos de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y la Unión Europea. “Abrimos la puerta a las mujeres, pero la decisión de pasar de víctimas a supervivientes la toman ellas. Para cambiar la situación tienen que cambiar antes ellas, construir su autoestima y conocer sus derechos”, indica Thabet. “En muchos casos hay que intervenir con el marido porque es parte del problema, pero también es la principal parte de la solución”, afirma Thabet. “La mujer es víctima de violencia porque la comunidad está dominada por los hombres, que tienen más oportunidades y toma de decisión y tratan de reducir los éxitos de ellas”, recalca.

El centro de salud de Al Bureij ofrece también cursos para hombres con terapeutas masculinos sobre los derechos de sus esposas, hijas y hermanas con el fin de cambiar sus actitudes. No es fácil trabajar con ellos. Para convencerlos se recurre a amigos, líderes comunitarios y religiosos, con los que previamente se trabaja sobre igualdad de género. En la transformación de cada mujer se intenta implicar a toda la familia.

“La violencia contra las mujeres se produce desde la comunidad y la ley. Las divorciadas, discapacitadas e incluso las enfermas de cáncer de pecho están estigmatizadas porque se considera una herencia genética y muchos maridos las abandonan”, comenta Thabet. “Cambiar las creencias y actitudes de la sociedad llevará generaciones”, sentencia. En los dos últimos años, Alianza ha trabajado con más de 4.000 mujeres supervivientes de violencia de género en Gaza.