La reciprocidad es ley diplomática en las relaciones internacionales», había dicho ayer mismo el ministro de Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, quien había propuesto expulsar también a 35 diplomáticos de EEUU en respuesta a las sanciones impuestas a Rusia por su supuesta ciberinjerencia en las elecciones presidenciales estadounidenses. Parecía la consecuencia lógica en una escalada de tensión diplomática como no se había visto desde los viejos tiempos de la guerra fría. Pero no. Entonces llegó el presidente ruso, Vladímir Putin, y mandó a parar. El líder del Kremlin optó por pisar el freno y dar un golpe de efecto a la espera de la inminente llegada a la Casa Blanca -el 20 de enero- de su amigo Donald Trump. «No vamos a crear problemas a los diplomáticos estadounidenses. No expulsaremos a nadie», aseguró Putin en una declaración difundida por el Kremlin.

Eso sí, Rusia se reserva en todo caso «el derecho de tomar medidas de reciprocidad» y «restaurará las relaciones ruso-estadounidenses a la vista de la política del presidente electo Donald Trump», añadió el líder ruso en su declaración. Putin denunció las «nuevas medidas inamistosas» y «provocadoras» de la Administración de Obama, a la que acusó de «minar las relaciones» entre ambos países. «Pero no vamos a caer en una diplomacia irresponsable», argumentaba.

¿Espíritu navideño en el Kremlin? No parece que se trate de eso, sino más bien de un calculado ejercicio de ninguneo, una última bofetada al todavía presidente de EEUU, Barack Obama. No hay mayor desprecio que la indiferencia, y no hay pato más cojo -por usar la imagen que se asocia con los inquilinos de la Casa Blanca en los tiempos inmediatamente previos al desahucio- que aquel cuyas decisiones ya no tienen consecuencias. Putin escenifica que ya ha pasado la página de Obama y aprovecha para formular toda una declaración de intenciones cara al mandato de Trump, al que invita a poner en práctica como quien dice desde el primer día sus tan anunciados deseos de mejorar las relaciones entre Moscú y Washington revirtiendo las sanciones decididas por su antecesor. «Es una lástima que la Administración del presidente Obama termine su trabajo de esta manera, pero aun así yo le deseo un feliz año, como a los miembros de su familia», remachó casi en el filo de la ironía el líder ruso, quien invitó asimismo a «todos los hijos de los diplomáticos estadounidenses» acreditados en Rusia a la fiesta que organiza tradicionalmente el Kremlin por el Año Nuevo y la Pascua ortodoxa, el 7 de enero.

Por si no había quedado claro, en otro mensaje, con motivo del fin de año, el líder del Kremlin expresaba a Trump su deseo de que una vez asuma la presidencia «los dos estados podrán adoptar medidas reales cara a restablecer los mecanismos de la cooperación bilateral».

«NOTABLES MOLESTIAS» / No era eso lo que se esperaba. Como había anunciado horas antes la portavoz del Ministerio de Exteriores ruso, María Zajárova, se veían venir «declaraciones oficiales, contramedidas y muchas cosas más». Según la agencia rusa Tass, Exteriores había propuesto a Putin la expulsión de 35 diplomáticos, la misma cifra de los expulsados por Obama. Las sanciones estadounidenses «no quedarán sin respuesta», había anunciado Lavrov. Y antes, también el primer ministro ruso, Dmitri Medvedev, había acusado a Obama, quien «comenzó restaurando lazos», de «acabar su mandato en una agonía antirrusa».

La propuesta de Exteriores se producía pese a que el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, ya había dado alguna pista en la noche del jueves de lo que luego ocurriría al asegurar que Putin no se daría prisa en adoptar sanciones contra Washington. Aunque sí pronosticaba Peskov que las medidas seguirían el principio de «reciprocidad» y causarían «notables molestias» a EEUU. En efecto, para Obama -quien había anunciado que tomaría más represalias- las molestias por la decisión del líder del Kremlin van a ser notables.