Es difícil encontrar entre los inquilinos del Kremlin y la Casa Blanca dos personalidades tan opuestas como las de Vladímir Putin y Barack Obama. La animadversión planeó siempre sobre una relación que empezó mal y ha terminado peor. Frío y calculador, Putin ha vuelto a asestar un golpe de efecto a Obama al retrasar su respuesta a las nuevas sanciones impuestas por la supuesta intervención de Rusia en la campaña electoral. Según el Kremlin, así los diplomáticos estadounidenses y sus familias podrán seguir disfrutando en Rusia de «las fiestas de Navidad».

La desconfianza ha sido la nota dominante entre ambos dirigentes, pese a que han sido conscientes de que en el tablero global en el que jugaban se necesitaban para avanzar. Obama llegó al poder en el 2009 como una bocanada de aire fresco después de los tiempos ponzoñosos de Bush y el aplauso internacional que recibió dejó en evidencia el progresivo aislamiento de Putin, quien nunca se fue realmente desde que ascendió al Kremlin en el 2000, ni siquiera cuando cedió la presidencia durante cuatro años.

La intervención rusa en Ucrania tras la revuelta del Maidan y la anexión de Crimea agravaron la animosidad entre los dos mandatarios, quienes a partir de ese momento la exhibieron en público, mientras sus gobiernos se enzarzaban en sanciones y desaires. Para mayor inquina, sobre ambos se cernió la misma amenaza, el radicalismo islámico, que exigía una respuesta conjunta y que les obligó a taparse la nariz y sentarse en la misma mesa para ser cómplices de una solución que Obama aborrece. Los ciberataques en las pasadas elecciones presidenciales son el último capítulo de un desencuentro que tal vez Donald Trump deshaga, aunque no lo tendrá fácil. Putin niega cualquier intervención al respecto y considera las acusaciones de la Casa Blanca una excusa para justificar la derrota de la candidata del Partido Demócrata, algo sobre lo que el Kremlin no ha negado su satisfacción. Otra muestra de hasta qué punto las relaciones entre ambos son como agua y aceite fue la reciente entrevista de Obama en la que aseguraba que si él hubiera podido presentarse a las elecciones las habría ganado pese a las artimañas rusas.

Ajedrecista convencido de que de su juego depende el futuro de Rusia como superpotencia, Putin, que siempre detestó a Hillary Clinton, se ha mostrado dispuesto a bailar con Trump. El presidente electo considera que China es el enemigo a batir y piensa que igual que Richard Nixon bailó con Mao Zedong contra Leonid Brézhnev, Estados Unidos puede acercarse a Rusia para frenar al Imperio del Centro.

De momento, el Kremlin se ha tomado las nuevas sanciones, que incluyen la expulsión de 35 diplomáticos, como la última pataleta de Obama, la música de fondo que prepara el ambiente para el baile. En ese sentido se enmarca la decisión de Putin de corregir a su ministro de Exteriores que había anunciado una inmediata respuesta rusa. En periodo de cortejo, mejor dejar los enfrentamientos y las hostilidades a un lado. Ya habrá tiempo de sacarlos en caso de que la relación con el amigo Trump tampoco cuaje.