La misión del presidente Barack Obama ayer en la Convención Demócrata era, como la de todos los otros que han pasado por el escenario del Wells Fargo Center de Filadelfia para ofrecer discursos, convencer a los estadounidenses de que voten por Hillary Clinton el 8 de noviembre y no a Donald Trump. Pero Obama no es un orador más, ni nadie se juega como él un legado político en esa cita en las urnas de resultados cada vez más impredecibles.

El ascenso de Trump amenaza ese legado, especialmente porque muchas de sus acciones políticas el presidente ha tenido que tomarlas usando el poder ejecutivo ante el obstruccionismo de los republicanos, que controlan el Congreso. Y sabe por experiencia propia lo fácil que es usar esa autoridad para alterar el camino marcado por predecesores: él mismo la empleó en cerca de 40 ocasiones en su primer año en el Despacho Oval para deshacer políticas de George Bush.

El discurso estaba diseñado también para tratar de movilizar a la base de votantes que le llevó a él hasta la Casa Blanca en el año 2008 y le mantuvo allí en 2012, especialmente a los jóvenes, que en primarias huyeron en masa de Clinton y se refugiaron en la alternativa de Bernie Sanders.

“Hay que estar preocupados hasta que se emitan y cuenten todos los votos porque uno de los peligros de unas elecciones como estas es no tomarse el reto en serio, quedarse en casa y acabar con lo inesperado”, advirtió Obama ayer en una entrevista en NBC. H