Michelle Obama ha negado una y otra vez que tenga intención de entrar por la vía de las urnas en la vida política de Estados Unidos. Sin embargo, la actual primera dama, una de las más populares de la historia, no puede evitar que otros la sueñen en cualquier papeleta electoral.

Menos aún tras el aplaudido discurso que ofreció el lunes en la primera noche de la Convención Demócrata en Filadelfia, un contundente alegato tan emocional como políticamente cargado a favor de una Casa Blanca con Hillary Clinton en el Despacho Oval. La intervención, tan breve como perfectamente enfocada en su misión, volvió a demostrar que Barack Obama no es el único en la Casa Blanca con magnífica oratoria ni concentrado en tratar de asegurar que su legado se mantenga. El primer presidente negro nunca ha visto a Bernie Sanders como herramienta para lograr esa meta y el lunes, ante el Partido Demócrata y ante todo el país, Michelle Obama demostró, también sin disimulo, que ella tampoco.

La primera dama no hizo apelaciones a la unidad ni guiños a los seguidores de Sanders. De hecho, les recriminó tan indirecta como claramente por expresar su descontento con la nominación de Clinton, amonestando a quienes muestran «cinismo y frustración». «Cuando Hillary no ganó en el 2008 no se enfadó ni desilusionó», dijo. El invisible puñal se clavaba en el corazón de los sanderistas.

Su diana estaba en noviembre y en una victoria de Clinton contra un Donald Trump al que, sin citar por su nombre, denostó como impulsivo y desinformado. IDOYA NOAIN