Durante la votación que sirvió el martes para oficializar la nominación de Donald Trump como candidato republicano a la presidencia, Parson Hicks fue uno de los poquísimos rostros negros que tomó la palabra. Delegada por Massachusetts, «patriota, feminista y republicana», según se define en las redes sociales, Hicks proclamó con orgullo la adhesión de su estado al populista neoyorkino. «Dicen que somos el estado más azul (demócrata) de la Unión, pero le damos 22 votos al señor Trump para hacer América grande otra vez», clamó entre vítores tras entregarle más de la mitad de los votos. Pero si Abraham Lincoln levantara la cabeza no estaría contento. En el partido de Trump, los delegados negros e hispanos son una curiosidad.

No es así como estaba planeado. Después de que Mitt Romney perdiera las elecciones del 2012, el Partido Republicano se conjuró para abrirse a las minorías, un requisito fundamental para competir electoralmente en esta América mestiza y multicultural. Pero cuatro años después, la formación que abolió la esclavitud en 1863 es un reducto blanco y cristiano, como si todo el país no fuera otra cosa que una iglesia perdida en las llanuras de Kansas. «Yo llevo 14 años en el Partido Republicano y desde el principio se me recibió con los brazos abiertos», dice esta trabajadora del sector sanitario. Aunque no hay una cifra oficial de cuántos afroamericanos hay entre los 2.472 delegados que asisten a la Convención de Cleveland, un oficial del partido ha estimado que habría unos 80 o, lo que es lo mismo, el 3,2%, cuando los negros representan el 13% de la población. Esa cifra está muy lejos del récord de 165 que hubo en el 2004, cuando George W. Bush comandaba las riendas. Entre el electorado, la distancia entre la segunda minoría del país y el partido que aspira a recuperar la Casa Blanca es todavía mayor. Una encuesta reciente sostiene que menos del 1% de los votantes negros en Ohio y Pensilvania, dos estados decisivos, respaldará a los conservadores.

«Nuestro partido no ha hecho un buen trabajo para cortar con la historia y acercarse a los afroamericanos», reconoce el delegado negro por Tejas, Robin Armstrong. «Hay que acabar con la brutalidad policial, pero es hipócrita cuestionar a la policía proclamando que las vidas negras importan cuando la gran mayoría se pierden en la violencia de negros contra negros en los barrios de Chicago o Filadelfia». H