El universo republicano despertó ayer con el bochorno causado por el más que probable plagio de Melania Trump, que utilizó en su discurso de la víspera dos párrafos casi calcados de otro pronunciado por la actual primera dama, Michelle Obama, en el 2008. La polémica dejó en segundo plano los intentos del partido republicano para venderle al país su programa y presentar a Donald Trump como el hombre fuerte que requieren estos tiempos convulsos.

No es lo único que ha salido mal. La primera jornada de la Convención en Cleveland dejó para el recuerdo una bronca mayúscula entre sus delegados, después de que la dirección del partido decidiera sofocar de una vez por todas la revuelta interna de los detractores del antiguo rey de Atlantic City.

La trifulca se produjo a raíz del último y desesperado intento del sector anti-Trump para impedir su nominación. Las gestiones de sus miembros lograron que la mayoría de los delegados de 11 estados apoyaran una moción para cambiar las reglas de la nominación, lo que hubiera permitido que cada uno de los 2.472 delegados republicanos votara «según su conciencia» a su candidato preferido, independientemente del resultado que se dio durante las primarias en su circunscripción. El partido sometió a voto el cambio propuesto, pero se votó a viva voz. Aunque ambos bandos bramaron con semejante apoyo y entusiasmo, el presidente del comité le dio la victoria al bando partidario de Trump y decidió que habían ganado los partidarios de dejar las cosas como están. La bronca estaba servida.

Las protestas tomaron inmediatamente la sala de convenciones, mientras los dos bandos se enzarzaron a gritos delante de las cámaras de televisión a favor y en contra del candidato. «Alguien nos debe una explicación», clamó un delegado cuando el presidente se negó a repetir la votación, esta vez a mano alzada y contando los votos. El antiguo fiscal general de Virginia, Ken Cuccinelli, tiró su acreditación al suelo y abandonó airado la sala, lo mismo que muchos de los delegados de Colorado. «Lo que hemos visto aquí es una lección de fascismo», dijo el exsenador Gordon Humphrey. «El segundo punto más importante del orden del día se ha fulminado en unos 30 segundos sin debate, sin preguntas, sin un voto a mano alzada. Cuando me levanté a coger el micrófono, me agarraron inmediatamente lo que llamaría camisas pardas fascistas», dijo Humphrey.

Incluso entre los partidarios de Trump, el espectáculo dejó un mal sabor de boca. «Había suficiente oposición para forzar el voto», reconoció a este diario Rodney Strange, un delegado del distrito de Nueva York. Está claro que hay una fractura mayúscula en el partido. Yo pensaba que habría un pequeño grupo de disidentes, pero nunca tan grande como lo que hemos visto». sentenció.

Tanto el Grand Old Party como el entorno de Trump se habían preparado a conciencia para evitar sorpresas de última hora y forzar la imagen de unidad que necesitan para competir en noviembre. Los miembros de la facción Nunca Trump lo descubrieron muy pronto. Uno de sus grupos llevó a la Convención 1.200 gorras color lima para dárselas a los delegados anti-Trump, pero al llegar al cónclave descubrieron que esas misma gorras se habían entregado a los operarios desplegados por el candidato para mediar entre las distintas delegaciones. Una jugada maestra.

No habría que descartar, sin embargo, que la Convención acabe cerrando filas en torno al multimillonario neoyorkino porque les une un enemigo común: la candidata demócrata, Hillary Clinton. Algunos ponentes republicanos pidieron cárcel para ella por el escándalo de los e-mails. H