Tal vez el dibujo del rostro de Obama no acabe decorando los muros de La Habana como el de los héroes revolucionarios, desde Camilo Cienfuegos al Che o Fidel Castro , pero en un país donde el culto a la persona preside calles y avenidas, el presidente estadounidense ya tiene un lugar en la memoria de la isla y entre quienes intuyen su viaje como el anuncio de una nueva etapa.

¿Ha terminado la revolución? Probablemente no. La revolución hace décadas que acabó y en su lugar se implantó un Estado omnipresente capaz de controlar al detalle la vida pública y la libertad de los cubanos. Un Estado aferrado a los restos de unas ideas de economía social y democracia popular sepultadas bajo la excusa de un enfrentamiento visceral con el gigante americano. Pocos países han dado tanto poder a sus dirigentes, durante tanto tiempo, sin que la sociedad intentara librarse de ellos. Pero el bálsamo de los suplicios cubanos, desde la disidencia a la ruina económica, tenía en la confrontación y el embargo la excusa perfecta para ocultar su fracaso. ¿Qué ha cambiado?

En el caso de Cuba, el inicio de estas relaciones es casi de cuento, pero demuestra hasta qué punto Obama es un presidente atípico, dispuesto a reconocer que su país no siempre tiene la razón. Todo empieza en diciembre del 2013. Su Gobierno llevaba medio año de negociaciones tan secretas como infructuosas para conseguir la liberación de un funcionario norteamericano a cambio de presos cubanos. En el avión que le trasladaba a los funerales de Nelson Mandela en Sudáfrica, su asesor Ben Rhodes le advirtió de que inevitablemente tendría que decidir entre negarle el saludo a Raúl Castro , imitando a sus predecesores en la presidencia, o darle la mano. Obama no dudó. Le recordó que Cuba estuvo con Mandela mientras EEUU lo consideraba un terrorista y apoyaba el sistema del apartheid . Obama consideraba que los cubanos tenían un lugar preferente en el funeral y que no iba a ser él quien incomodara a la familia de Mandela.

Se saludaron y se fundió el hielo. Ese primer apretón de manos dio lugar al del Palacio de la Revolución. Una reconciliación histórica de dos mundos opuestos a solo 90 millas. El giro diplomático de Obama para abrir el diálogo sin plantear un cambio de régimen ya ha funcionado en Irán.

Y ahora en Cuba intenta que el camino sea irreversible. Es impensable que el presidente Obama haga por los cubanos lo que los cubanos mismos no han podido hacer, pero sin enemigo en el horizonte, la historia, la pequeña historia que ha hecho posible este encuentro, ha abierto una puerta en La Habana y lo más lógico es que empiece a entrar aire fresco.