Los tunecinos ya le llaman la segunda Revolución de los jazmines. Nace en Kaserín, en el centro-oeste de Túnez. Esta localidad del interior del país, con unos 80.000 habitantes, nunca dejó de movilizarse desde que el dictador Zine el Abidin Ben Alí fue desbancado del poder tras el levantamiento popular de hace cinco años. Sus razones tiene, porque además de ser uno de los sitios más pobres de Túnez, sus únicos recursos proceden del contrabando con Argelia.

Solo hay que echar un vistazo a la difícilmente transitable carretera nacional con dirección hacia Kaserín, donde los adelantamientos de camiones cargados de gasolina argelina están a la orden del día. "No tenemos nada. ¿Habrá que vivir de algo, no?", lamenta un joven tunecino, dependiente de esta economía informal que sirve de aliento a una ciudadanía que amenaza con estallar en una nueva revolución, pero, esta vez, con pronóstico violento.

"EL TRABAJO ES UN DERECHO" Los ciudadanos de Kaserín cruzaron en las últimas 48 horas la línea roja del movimiento de protesta pacífico, recurriendo a piedras, quemando neumáticos y trepando al techo de la delegación del Gobierno para gritar "el trabajo es un derecho", el eslogan de la primavera árabe que en Túnez puso fin a 23 años de autocracia. Más de 500 personas se agolparon a las puertas de este edificio para protestar principalmente contra "la malversación de fondos y el tráfico de influencias" --afirma a este diario un diplomático tunecino del Ministerio de Asuntos Exteriores-- en los que parece ser está envuelto el vicegobernador de la localidad. Como resultado de las protestas, 14 jóvenes resultaron heridos después de que la policía usara gases lacrimógenos.

Cuentan los jóvenes sublevados que la lista con los candidatos elegidos para la función pública en el sector de la enseñanza fue manipulada y una de las víctimas del supuesto fraude fue Ridha Yahyaoui, de 28 años. Se electrocutó hace cuatro días, imitando al joven Mohamed Bouazizi, que en el 2011 se suicidó y simbolizó el inicio de un inédito proceso revolucionario en el mundo árabe. Yahyaoui tendría que haber estado presente en la lista de las 79 personas reclutadas en el sector público. Sin embargo, la recurrente mano avariciosa de la autoridad cambió su destino.

La economía nacional se asienta en dos pilares, el turismo y la agricultura, y desde que el Estado Islámico golpeó centros turísticos, el turismo se hundió y el desempleo se disparó. "Recibíamos a muchos ingleses y ahora no hay extranjeros. Esperamos recuperar algo con los turistas argelinos", suspira el guía Seif Allah, en un recorrido por el casco histórico de la ciudad de Susa, cuyas vacías callejuelas asustan por su silencio.