"Madre Angela". Der Spiegel acaba prácticamente de santificar a la cancillera alemana. En la portada de la publicación, Merkel aparece como si fuera la madre Teresa de Calcuta. Un reflejo de las bondades que los refugiados, sobre todo sirios, han cantado de ella. "Es como una madre para nosotros", han declarado muchos de ellos, con estas palabras o similares, a su llegada a la tierra prometida, esto es, Alemania. Algunas voces empiezan a susurrar que se merece el Nobel de la Paz. Todo un cambio, una auténtica metamorfosis, respecto a la imagen dura y vil que se había trazado de la dirigente durante la crisis griega.

Alemania no siempre se ha caracterizado por su solidaridad. El 2015 empezó siendo un año truculento para la cancillera, quien junto al férreo ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, interpretó la cara más implacable de la austeridad europea tras la llegada al poder de Syriza en Grecia. El motor económico de Europa era visto como la bestia negra del sur, donde las políticas de reducción del déficit dictadas desde Berlín han causado una grave erosión social.

Muchos sectores de la ciudadanía europea criticaron las políticas impuestas por Bruselas y acusaron a Alemania de realizar un "golpe de Estado encubierto". En la prensa y las calles se vieron caricaturas de la líder germánica con el irónico bigote hitleriano o acompañando a las SS en su llegada al Partenón de Atenas. En julio la crisis de los refugiados ya era una realidad alarmante, pero aún no había estallado. Una impopular aparición televisiva acabó de convertir a Merkel en un ogro pragmático. En un programa de preguntas de la ciudadanía, Reem, una escolar palestina residente en Alemania preguntó sobre la concesión de asilo. La cancillera le respondió que no habría sitio para todos y que algunos tendrían que volver a su país, lo que hizo llorar a la joven y desató una feroz ola de críticas.

Dos meses después, toda esa frialdad parece haberse evaporado. Tras ser reprobada en su país por el silencio en las primeras semanas de la llegada de refugiados, Merkel decidió girar el rumbo de sus políticas y abrir la puerta a los miles de personas que estaban bloqueadas en Hungría. Quizá por el peso moral de la historia que Alemania carga en la espalda, quizá por caridad cristiana, quizá porque es el país con la tasa de natalidad más baja del mundo y necesita trabajadores. 70 años atrás los trenes de refugiados huían de Alemania, ahora todos van en esa dirección, conscientes de que hay oportunidad y ayudas sociales para los que escapan de la guerra. Los sirios la apodan "Mamá Merkel" y sus visitas a centros y selfis con los recién llegados se repiten semanalmente.

Ante las agresiones de la ultraderecha alemana, Merkel se plantó y aseguró que "no habrá tolerancia para los que cuestionan la dignidad de los otros". Pero el protagonismo real no es suyo, sino del movimiento social que presionó al Gobierno para que diera el paso. Sobre el papel, la metamorfosis de Merkel ha sido tan notoria que su nombre se baraja para el Nobel de la Paz.

Ante la nueva cumbre europea de esta semana ayer insistió en el concepto de la responsabilidad compartida. "Alemania está dispuesta a ayudar. Pero no puede asumir esta tarea sola. Es un desafío europeo", dijo. Un nuevo grito por la solidaridad, otra prueba de su mutación.