Con los ojos cerrados traten de visualizar la imagen más reciente que guarden de cualquiera de las guerras que hoy mismo podrían ocupar portadas y titulares: Irak, Siria, Afganistán, tal vez Ucrania. ¿Qué ven? Armas, tanques, disparos, soldados y milicianos. En nuestro imaginario la guerra aparece como un asunto entre hombres. Pero aunque generalmente es así, ¿se han preguntado dónde están las mujeres?

Nadie escapa al sufrimiento de una guerra, pero mientras los hombres controlan y utilizan la violencia, las mujeres suelen sufrir la desproporción de sus consecuencias en forma de acoso, destrucción de su vivienda, desplazamiento, secuestro, abuso sexual y violaciones. Aunque la mayoría de las guerras se explican como un enfrentamiento entre dos bandos, la realidad es mucho más compleja. Los conflictos ya no son entre ejércitos bien adiestrados y los civiles tampoco son daños colaterales: se han convertido en objetivo. De ahí que la mayoría de víctimas acaben siendo mujeres y niños.

Aunque en la retaguardia sufren las peores consecuencias, no están en el frente y tal vez por eso se las visualiza menos. Siempre que en Médicos Sin Fronteras (MSF) abríamos un nuevo proyecto en una zona de conflicto y acabábamos priorizando la salud de las mujeres me preguntaba si estábamos entregados a un activismo feminista por encima de la misión humanitaria de atender a las víctimas con independencia de sexo, religión o raza. Pero el dilema duraba bien poco. En los campos de refugiados, en los hospitales o incluso en las clínicas móviles, allá donde te acabas encontrando la realidad más insidiosa de los conflictos y a sus principales víctimas, hay mayoritariamente mujeres.

Humillar al enemigo

Que la vida humana tenga poco valor forma parte de la filosofía bárbara de las guerras, que las peores consecuencias se las lleven las mujeres forma parte de un silencio inaceptable y del drama que acompaña a cada una de ellas. Miremos donde miremos, en cualquier conflicto abierto, además de asesinatos y torturas, el abuso sexual, incluyendo la esclavitud y la violación, gana terreno como estrategia para humillar al enemigo o para extender el terror y debilitar la moral. Pero sobre todo es la manera de minar la habilidad de las mujeres para tener unida a una comunidad en tiempos de crisis.

Porque si la guerra se dirime entre hombres, las mujeres son las que acaban construyendo puentes para salir. Una realidad que solo se percibe en el terreno y que pone de relieve el papel relevante que adquieren en cualquier contexto de violencia.

De la excepción a la norma

Mundos tan diversos como un hospital en Ammán, en la trastienda de Siria e Irak, con las madres de los estudiantes desaparecidos en México, las víctimas de la violencia sexual en la República Centroafricana o las del conflicto palestino comparten vida en la frontera. El testimonio que llega desde las trincheras de los proyectos de MSF nos recuerda que las mujeres en guerra se han convertido en víctimas y que por desgracia no son una excepción, cada vez más son la norma.