La descripción que hace la familia de Yassine, de 26 años, el asesino de la matanza de 21 turistas en el Museo de Bardo, el mismo que subió al autobús del párking y disparó contra la pareja española de jubilados, no corresponde al perfil de un extremista religioso, ni siquiera al de un salafista o yihadista. En casa no tenía discurso religioso ni político. Era más bien un hombre solitario que mataba el tiempo en internet. Aquí comenzó su propio suicidio. Pasaba horas enteras en las redes virtuales. "Pudo ser reclutado mediante las redes sociales porque cuando no trabajaba permanecía en casa, siempre muy tranquilo, y nos ayudaba en todo. En los días de fiesta se levantaba muy tarde", describió Wided, rota de dolor, por la muerte de su hermano y, en especial, por haber sido uno de los dos autores de la masacre del Bardo, en nombre de la yihad global.

"¡La primera víctima de este atentado es mi hermano! ¡Era un chico muy generoso, buena persona, querido por todo el barrio", se lamentó la joven. El asesino procede de una familia de clase media, en la que ningún miembro está desempleado. Su madre trabaja como cuidadora de bebés, su padre en la seguridad privada y sus hermanos, también en el sector privado. Todos con estudios superiores y un dominio exquisito del francés, incluido Yassine, licenciado en literatura francesa en la Universidad de Túnez. Quién podía imaginar que el idioma colonial en el que crecería se convertiría, pocos años después de obtener su título, en un objetivo para atacar. "Nosotros no somos pobres. Todos trabajamos y vivimos muy bien, como puede observar. Mi hermano es un muchacho manipulado por esos reclutadores que le han mentido con historias del islam y el paraíso", llora incesantemente su hermana.

Le arropan otro hermano, primos y vecinos. Una carpa blanca instalada en el exterior de la casa acoge a los vecinos y familiares que llegan unos tras otros para expresar las condolencias a la familia de Yassine, estigmatizada para siempre por la mancha de un joven fiel a la estructura del mal llamado Estado Islámico. "¿Pero cómo, cuando y de qué manera? ¡Ha sido un lavado de cerebro tremendo! Mi hermano nunca manifestó una idea radical. ¡Era un borracho, Dios, un borracho, y fumaba cigarros", se suma a los gritos de indignación el hermano mayor del terrorista, Haled, al tiempo que muestra su foto: "Mira qué guapo", dice.

Entre los primos y la familia directa de Yassine se discute a la desesperada sobre el posible click que torció la mentalidad del joven tunecino. Buscan respuestas en balde. "Lo único que vimos en él fue que el pasado año abandonó el alcohol y se dejó la barba cuando uno de sus mejores amigos se quedó huérfano de padre y madre. Pero nada más. Era un musulmán trabajador, corriente, con una vida simple", añadió Haled. Los padres toman asiento alrededor de sus hijos para apoyar una idea: "Nuestro niño no es un terrorista. También es una víctima. Lamentamos las muertes de los españoles. Esos del Daesh son la peste, la peste del mundo", explican.

Barrio volcado

Todo el barrio de Ibnkhaldoun, en las afueras de la capital, de donde procede el asesino, se ha volcado desde el pasado miércoles con la familia de Yassine. A cada momento se acerca un vecino de la zona residencial Amena para expresar el pésame y dar calor a una familia que vive bajo la presión policial y el foco mediático desde el día de la masacre, una jornada que ha transformado para siempre la vida de los Laabidi, el apellido del terrorista del Bardo.