"Desde el día de la masacre, solo escucho gritos de gente y disparos. No puedo coger el sueño. Mi mujer dice que sería importante una sesión de psiquiatría", comenta a este diario Abderrahmane Rihani, el único guía turístico que se encontraba en el interior del museo cuando comenzó el asalto. Dirigía a un grupo de 35 ciudadanos franceses y en el momento en que inició la explicación de una maravillosa obra de arte, El triunfo de Neptuno , un mosaico que representa una escena de la mitología griega, escuchó ráfagas de fuego. "Una cliente me dijo preocupada: '¿Rihani, ¿qué es eso?'". El hombre se apartó un momento del grupo para mirar por la ventana y vio los cuerpos de dos turistas sobre el suelo de la calle. Fingió y con una media sonrisa comentó a sus turistas: "Bueno, sentaos todos, no os asoméis por la ventana y no habléis, por favor".

Lo hizo en un inusitado tono de tranquilidad, desprovisto de miedo. "Tenía que ocultar la gravedad de la situación para que no estallara el pánico en mi grupo", explicó. Los terroristas no conocían el museo, ni la disposición de la salas. Se movían por los pasos y las voces de los turistas. "Si hubieran conocido el edificio, ya estaríamos todos muertos", comenta afligido Abderrahmane. Sólo trazaba en su cabeza fórmulas para salir vivos del museo. El vigilante de la sala, Alladino Bechikh, y él mantuvieron todas las conversaciones en "árabe" para no preocupar más al grupo, que guardó inmóvil bajo las ventanas. "Ya empezaban algunos a llorar y yo les supliqué a todos, silencio absoluto. Insistí en que no hicieran ningún ruido. Tampoco podíamos saltar, ya que nuestra planta era una tercera", siguió explicando el guía.

Fueron los peores 40 minutos de toda su vida. Terror y más terror sentía por la secuencia sonora a la que estaba asistiendo: "Disparos, gritos y silencio. Dos minutos después, disparos, gritos y silencio. Así sucesivamente. Los veía venir hacia nosotros". Fue el momento de preparar una casera estrategia. Con una arrolladora frialdad, Abderrahmane y Alladino, provistos de unas llaves medio punzantes en la mano, se situaron cada uno en un lado de la puerta, "pretendíamos neutralizarles en el momento de que entraran", señaló el vigilante. "¿Qué podíamos hacer?" Ambos pensaban en el embarazo de una de sus jóvenes clientes. "Sufría mucho por esa mujer". "¡Son personas inocentes. Nuestro pueblo es pacífico. Esos jóvenes no representan nuestra sociedad!", gritó Abderrahmane, desconsolado por el hundimiento del turismo para años. "Casi tres millones de tunecinos vivimos de este sector. Se ha derrumbado uno de los pilares de nuestra economía", concluyó Alladino, que regresará a su puesto de trabajo el próximo martes. "Esta guerra la ganaremos nosotros, el pueblo".