Tenía tatuajes y creció jugando al baloncesto. Admiraba a Michael Jordan, le gustaban los Simpsons y le perdían el pollo frito y las porciones de Pizza Hut. "Era un chaval americano normal", como lo ha descrito uno de sus amigos. Pero hace unos días, Douglas McArthur McCain, un negro de 33 años, se convirtió en el primer estadounidense en morir en Siria mientras combatía junto a las huestes yihadistas del Estado Islámico. En el bolsillo llevaba 800 dólares y el pasaporte con las barras y estrellas. Como tantos otros ciudadanos occidentales, se había unido a ese califato de utopías regresivas y odio.

Por lo que se sabe hasta ahora, su perfil tiene la clase de rasgos que, según los servicios de inteligencia, se repiten entre los occidentales que se radicalizan y acaban uniéndose a la guerra santa. Nacido en Illinois, McCain era de esos tipos que nunca acaban de encajar. Un espíritu en búsqueda permanente. Cambió de instituto dos veces y nunca se graduó; probó con diversos trabajos; vivió en varias ciudades y continentes, y tuvo algunos encontronazos con la ley. No hay delitos graves en su ficha policial, pero sí hasta nueve faltas. Por altercado, robo, posesión de marihuana o conducir sin carné.

Tras mudarse a San Diego desde Minneapolis se puso a trabajar en un restaurante somalí, pero quienes lo conocieron entonces no lo recuerdan como especialmente religioso. De hecho, fumaba. "Me convertí al islam hace 10 años y si dios quiere nunca volveré atrás porque es lo mejor que me ha pasado", tuiteó en mayo.

En su vagabundeo existencial, McCain viajó a Canadá y a Suecia. En las redes sociales empezó a dejar pistas de su radicalización. Hace dos años habló de su "odio a los blancos" tras ver la película The Help , sobre unas niñeras negras en el Sur segregacionista. Colgó fotos con la bandera negra del islamismo radical y la enseña del Estado Islámico. No se sabe cómo o por qué acabó uniéndose a sus cuadros, aunque la pasada primavera viajó a Turquía, el último destino conocido para su familia.

300 COMBATIENTES Desde hace tres años, Turquía ha ejercido como la puerta principal de entrada para los combatientes extranjeros en Siria. En junio anunció en un tuit que se había unido al Estado Islámico. "Hay que ser un guerrero para entender a otro guerrero", retuiteó casi a continuación.

Washington sospecha que al menos 300 ciudadanos estadounidenses podrían estar luchando en Siria, según fuentes del Washington Times .