No es Chicago ni es 1968, pero las imágenes que han estado saliendo de Ferguson desde el pasado sábado han recordado a muchos estadounidenses los días oscuros de aquella Convención Nacional Demócrata y la represión policial que acompañó a las protestas contra la guerra de Vietnam y el movimiento de los derechos civiles. Desde que un joven negro desarmado fuera tiroteado por un agente en un suburbio de San Luis (Misuri), el pulso se mantiene en las calles entre los manifestantes y una policía armada hasta los dientes que ha llevado a algunos comentaristas a compararla con la Volkspolizei, la temida policía de la Alemania del Este.

La localidad de 20.000 habitantes está tomada por cientos de agentes parapetados para la guerra con escudos, rifles automáticos y vehículos acorazados. Una fuerza que, como sucede en el resto del país, se ha militarizado al recibir en los últimos años los excedentes del Pentágono en Irak y Afganistán. Y según las informaciones que llegan desde allí está actuando como si estuviera en el campo de batalla. El miércoles por la noche volvió a dispersar las manifestaciones con bombas incendiarias, perros, gases lacrimógenos y pelotas de goma, a pesar de que solo hubo saqueos el primer día.

El celo policial ha exacerbado las tensiones entre una población que se siente maltratada por las fuerzas del orden y los vestigios racistas de los años de la segregación que siguen inclinando el poder político y económico a favor de los blancos. Y ha destapado las críticas políticas. "No hay nunca excusas para la violencia contra la policía o para utilizar esta tragedia para encubrir el vandalismo", dijo ayer el presidente Barack Obama tras hacer otro llamamiento a la calma. "Pero tampoco hay excusa para el exceso de fuerza policial contra los manifestantes o para encerrar en la cárcel a aquellos que ejercen su derecho a la Primera Enmienda".