China relajará la política del hijo único, abolirá los campos de reeducación por trabajo y reducirá aún más el número de delitos que conducen a la pena de muerte. Las medidas anunciadas ayer llegan después del tercer pleno del Partido Comunista de China y traducen en directrices concretas las intenciones reformistas del Ejecutivo de Xi Jinping. El documento, que también subraya la prohibición de las confesiones arrancadas mediante torturas y abusos físicos, ahonda en la pujante preocupación por los derechos humanos. En el terreno económico, Pekín anunció una mayor apertura del sector bancario que permitirá al capital privado establecer bancos pequeños y medianos.

China ha reducido el número de ejecuciones en los últimos años y tanto la política del hijo único como los campos de reeducación han integrado el debate ideológico durante años. Pekín permitirá un segundo hijo si un miembro de la pareja es hijo único. Hasta ahora solo lo permitía cuando lo eran ambos o, en el ámbito rural, si el primer descendiente era niña.

China aprobó la ley a principios de los años 80, cuando la relación entre población y recursos era muy delicada y el país había sufrido en décadas anteriores las peores hambrunas de la historia moderna. Más de 30 años después ha cumplido sus objetivos: ahorró al país 400 millones de nacimientos, espoleó la economía, redujo la pobreza y mejoró las condiciones de vida de la mayoría. Su éxito se debió a factores puramente chinos como un gobierno que se hace oír en todas las partes del país y una sociedad confuciana que prioriza los derechos de la comunidad frente a los individuales.

En sus inicios fue necesaria la coerción para vencer la numantina resistencia y después bastó la persuasion. Los abortos forzados y otros excesos violentos son muy raros en la actualidad. Pero las complicaciones demográficas del país habían generado el debate sobre su abolición. China será el primer país en vías de desarrollo que alcanza el envejecimiento y pende la amenaza de la falta de mano de obra. La población china ha aumentado apenas seis millones en los últimos 15 años, cuatro menos de los 10 que tenía planeados Pekín.

Los campos de reeducación por trabajo son un sistema extrajudicial que permite encerrar a una persona durante tres años, más otro si hay mal comportamiento. Nació en lo más crudo de las purgas maoístas y muchos discutían su encaje en la China moderna. La mayoría de encerrados son pequeños delincuentes como prostitutas, drogadictos o carteristas, pero hay entre un 5% y un 10% de presos políticos, como intelectuales, críticos con el sistema o miembros de la secta Falun Gong. Unos 190.000 chinos estaban en alguno de los 320 campos del país en el 2009.