Pekín persigue "el gran renacimiento de la nación china y el sueño chino". Lo avanzó Xi Jinping, nuevo presidente, en el discurso de clausura de la Asamblea Nacional Popular ante casi 3.000 delegados. La ampulosa retórica discurre por caminos trillados porque los males y los remedios son conocidos. El gigante asiático articula desde hace años un mismo discurso donde no faltan la imperiosa necesidad de cambiar el patrón económico o la lucha contra la corrupción, las desigualdades sociales y la ruina medioambiental. Del nuevo Ejecutivo chino se esperan esta vez resultados más tangibles de los que consiguió en los últimos diez años el saliente, encabezado por Hu Jintao.

El panorama apuntado por Li incluye un pueblo "dinámico y feliz", un país "rico y poderoso" y una sociedad "modestamente acomodada". Pekín planea doblar en esta década el PIB y las rentas per capita, tanto de la población urbana como de la rural. El cuadro parece idílico, pero no hay país que haya logrado mayores y más rápidos cambios en la Historia de la humanidad que China en los últimos 30 años.

La jornada también fue el estreno del primer ministro, Li Keqiang, ante decenas de periodistas chinos y extranjeros. Li aludió al reto económico, que pasa por aprovechar el viento de cola de las reformas y potenciar el consumo interno y la creatividad. China también busca reducir el papel preponderante y casi opresivo del sector estatal. Li avanzó que es necesario un ecosistema "con una competencia más justa para las empresas".

La reducción del gasto de la mastodóntica administración es uno de los objetivos. Pekín ha reducido sus ministerios de 27 a 25 para ganar agilidad y reducir costes.