Libia celebró ayer el segundo aniversario de la revuelta popular que en el 2011 derrocó al régimen de Muamar Gadafi en medio de unas medidas de seguridad draconianas y en un clima de tensión por el temor a un nuevo estallido de la violencia.

Dos años después del levantamiento, que desembocó en una guerra civil, una intervención internacional y la caída de Gadafi, el país sigue sumergido en una profunda crisis política. No hay Estado, ni Ejército, y tampoco una clase política fuerte capaz de encarar el desafío de las milicias descontroladas, que detentan buena parte del poder. "Todas las milicias poseen rifles y eso es poder. Extorsionan al Gobierno para que paguen sueldos altos a cambio de preservar la estabilidad. Libia es la misma de antes. Se decapitó la cabeza pero el sistema no cambió", explicó un revolucionario de Misrata, Tarek Ramed.

El Gobierno ha dado varios ultimátums para la disolución de las milicias armadas que no están sometidas a la ley, pero sin resultados. La inquietud de la ciudadanía ante la inseguridad se ha materializado en varias manifestaciones en la calle durante los últimos meses.

La amenaza del terrorismo yihadista empieza a preocupar, después de que cientos de simpatizantes de Al Qaeda en el Magreb Islámico del norte de Mali hayan empezado a penetrar en el sur de Libia para levantar una nueva estructura y desde ahí lanzar la ofensiva contra Occidente. "Estamos decididos a impedir que nuestro suelo se convierta en una base para el terrorismo", afirmó el presidente de la Asamblea Nacional libia, Mohamed al-Megaryef, en un discurso pronunciado en Bengasi con motivo del segundo aniversario de la revolución.

CRECIMIENTO A pesar de que el Fondo Monetario Internacional pronostica para Libia un alto crecimiento, lo cierto es que la inversión extranjera sigue siendo muy baja dada la inestabilidad política y el alto nivel de inseguridad, lo que priva al país de crecimiento económico y puede generar un nuevo descontento social que lleve, a su vez, a una nueva conflagración.