Después de un discurso de investidura breve pero poderoso en el que delineó una agenda marcadamente progresista para los próximos cuatro años, el presidente Barack Obama se entregó a la gran fiesta de la democracia estadounidense en las calles de Washington. Acompañado de su mujer, Michelle Obama participó en el desfile tradicional por las arterias del centro de la capital. Como ya ocurrió hace cuatro años, ambos bajaron de la limusina y caminaron unos cientos de metro por la avenida Pensilvania saludando al público. La jornada se cerró con su asistencia a dos bailes de inauguración, una tradición que se remonta a los días del primer presidente, George Washington, allá por 1789.

Para desesperación de los servicios secretos, los Obama se apearon en dos ocasiones del coche oficial y caminaron cogidos de la mano por el centro de la calzada saludando a la concurrencia. Se les vio felices y distendidos, disfrutando del que iba a ser de su último paseo triunfal por Washington, una ciudad en la que Michelle Obama se sintió inicialmente fuera de lugar, como una intrusa, pero en la que ha acabado encajando mejor que su marido. Vestida siempre exquisitamente, la calle aprecia su naturalidad, su trabajo por las familias de los militares y su apostolado por la comida sana.

Nuevo corte de pelo

Durante la investidura estrenó además corte de pelo, con un flequillo atrevido que está llamado a marcar tendencia por estos lares. Su mayor triunfo de estos años ha sido posiblemente conseguir que sus dos hijas, Malia y Sasha, sean algo parecido a dos adolescentes normales. “Quiero que sean niñas normales, igual que vosotras, educadas, respetuosas y amables”, le dijo la primera dama a una niña que la entrevistó para una revista juvenil.

Durante el desfile, que sirvió para alimentar el patriotismo y mostrar el folclore de los distintos estados de la Unión, Malia y Sasha se dedicaron a sacar fotos con sus móviles desde la tribuna. Más tarde, el presidente asistió a dos bailes de inauguración, incluido el llamado baile del comandante en jefe, al que asisten solo miembros del Ejército. “No puedo encontrar un honor mayor que ser vuestro comandante en jefe. Gracias a vosotros hemos cazado a Bin Laden y hemos logrado que Afganistán sea dueño de su propio destino”, les dijo el presidente, vestido con un elegante frac.

Fiestas recortadas

Ajustándose a la austerirdad que demanda el país en estos momentos de débil recuperación económica y déficits preocupantes, el número de bailes inaugurales se ha reducido esta vez considerablemente. Solo tres si se incluye la fiesta con las familias de militares, la cifra más baja de las últimas seis décadas. “Tengo una cita con una mujer que me inspira cada día, que me hace un hombre y un presidente mejor”, dijo Obama antes de presentar a su mujer. “Tengo suerte de tenerla. Es la mejor de mis dos mitades”, añadió. Los Obama bailaron como manda la tradición, agarrados y, en su caso, derrochando complicidad.

Alicia Keys, Marc Anthony, Chris Cornell, Maná, Soundgarden o Stevie Wonder son algunos de los artistas que pusieron música a la fiesta política en Washington, después de que Beyoncé cerrara las actuaciones de la investidura por la mañana. Una investidura que tuvo un eminente sabor latino. No solo por la presencia de la jueza del Supremo, Sonia Sotomayor, que juró al vicepresidente Joe Biden, sino también la del poeta de origen cubano Richard Blanco, el primer hispano y el primer gay reconocido en recitar un poema durante una investidura. Para los Obama la fiesta se acaba en seguida. La agenda del presidente para el segundo mandato está sobrecargada. Delante le espera Congreso dividido, al que tendrá que doblegar apelando a algo más que su poder de persuasión.