Como una plaga dañina, Al Qaeda ha extendido sus tentáculos por todo el norte de Africa, siendo la región del Sahel, más concretamente el norte de Malí, el lugar de reclutamiento para terroristas radicales y refugio ideal para sus bases de entrenamiento.

Europa no había sentido tan de cerca la amenaza hasta que los islamistas, aprovechando el vacío de poder en Bamako --tras el golpe de marzo del 2012 que derrocó al presidente Amadou Toumane Toure-- y la rebelión armada tuareg, salieron de su madriguera desértica y desembarcaron en las principales ciudades del norte, así como en Gao, Tombuctú y Kidal.

Su propósito era imponer, a golpe de kalasnikov y ametralladora, su hegemonía política e instaurar un Estado islámico en toda la región, abandonada a la ignominia, la corrupción y la delincuencia común con la complicidad del poder militar y político de la administración central desde que Malí es independiente (1959).

Cada uno de los grupos armados que actúan en el Sahel se ha ido profesionalizando a lo largo de los últimos siete años bajo el liderazgo de los argelinos, los creadores de la filial de Al Qaeda en Argelia. El germen del terrorismo en el norte de Africa se remonta a diciembre de 1991 cuando el Gobierno argelino anuló las elecciones generales tras el triunfo del Frente Islámico de Salvación (FIS) en la primera vuelta, ilegalizó a esta formación e inició un proceso de detenciones masivas de sus integrantes.

Zonas de acción

El FIS pasó luego a denominarse Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC) y acabó convirtiéndose en Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI). Para entonces más de 3.000 argelinos ya habían pasado por Afganistán. Uno de ellos fue Abdelmalez Droukdel, fundador de AQMI, quien decidió en el 2006 crear una especie de Ejército islamista con nueve zonas de acción con el fin último de luchar contra los países "apóstatas" y Occidente.

Ocho de estas zonas están distribuidas por el territorio argelino, donde las células están preparadas para lanzar cualquier tipo de ataque. La novena, la más peligrosa y mediatizada, se halla en el norte de Malí. En total, más de 4.000 hombres magrebíes --marroquíes, mauritanos, tunecinos, saharauis, libios, malienses y nigerianos-- se han entregado a la causa de la yihad contra Occidente. Muchos de ellos se enrolaron mediante un proceso de reclutamiento a través de las mezquitas de sus países pero otros, ávidos de una identidad propia, acudieron a los llamados campamentos (el bastión de AQMI) en el norte de Mali, convencidos del discurso de la islamización.

Además, con el dinero obtenido por el pago de rescates han logrado afianzar una red de simpatizantes extendida por todo el Magreb, cuyos miembros funcionan como activistas de la causa, informadores para las operaciones o suministradores de logística. Con solo apretar un botón, las células dormidas asentadas en Argelia, Mauritania, Marruecos, o Libia se activan.

Hoy los yihadistas del norte de Africa, divididos en varios grupos, han conseguido que las cinco katibas (células) que campan a sus anchas por el desierto, obtengan la resonancia mediática buscada. Las más temibles son dirigidas por los sanguinarios Abdel Hamid Abu Zeid y Mojtar Belmojtar. Este último, que secuestró a los cooperantes catalanes en el 2009, se ha atribuido el ataque contra la planta de gas en el sureste argelino.

El reclutamiento de estos grupos armados funciona sin descanso en una región desfavorecida y con legiones de jóvenes desempleados que beben del fanatismo, los que les permite vivir en condiciones espartanas.