Italia es un país de extremado garantismo jurídico. Tras conocer la condena de Silvio Berlusconi, le faltó tiempo a Angelino Alfano, que fue su ministro de Justicia y ahora es su heredero político, para pedir rapidez en las próximas instancias (al menos dos) en las que il cavaliere podrá apelar contra la sentencia del tribunal milanés. Bien está que la justicia actúe con rapidez, pero si en algo han sido maestros Berlusconi y Alfano ha sido en el arte de alargar los tiempos procesales en las causas en las que el expremier aparecía como acusado. La que ahora nos ocupa, por ejemplo, ha sido un Guadiana jurídico que aparecía y desaparecía durante casi siete años.

La maquinaria defensiva de Berlusconi estaba dedicada a conseguir que las acusaciones prescribieran y para ello sus abogados usaron y abusaron de todas las triquiñuelas legales habidas y por haber además de la denigración y deslegitimación de los jueces y las leyes hechas a medida.

La llamada Primera República cavó hace 20 años en el cieno maloliente y putrefacto de la corrupción. Lo que vino después, es decir Berlusconi (salvo los dos honrosos pero breves mandatos de Romano Prodi), ha sido una versión corregida, aumentada y disimulada con oropel, de aquel pantano.

La justicia ha sido escarnecida en defensa de intereses particulares. Fuera del Gobierno, Berlusconi tiene menos armas legales, pero todas las garantías. No veremos a il cavaliere comiendo un bocadillo entre rejas.