Mientras el presidente sirio, Bashar el Asad, se dejaba ver en público ayer rezando en una mezquita de Damasco para celebrar la fiesta musulmana del sacrificio (Aid al-Adha), su pueblo seguía muriendo en una guerra que ha causado 33.000 muertos a pesar de la tregua pactada entre el régimen y la mayoría de grupos rebeldes con mediación internacional para que hubiera paz en estas fiestas.

Los esfuerzos del enviado especial de la ONU a Siria, Lajdar Brahimi, no sirvieron de nada porque el alto el fuego duró solo tres horas. Las fuerzas de Asad y los rebeldes se acusaron mutuamente del fracaso, que costó la vida a 47 personas en todo el país --16 civiles, 19 soldados y 12 rebeldes--, según datos ofrecidos por el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH).

MANIFESTACIONES La jornada empezó con cierta calma y decenas de personas aprovecharon para salir a la calle a manifestarse en contra del régimen de Asad en localidades como Deraa, Deir al-Zur y Homs. Pero la paz se esfumó rápidamente. Los combates se reanudaron en diferentes puntos del país, especialmente en Homs, Damasco, Deraa y Alepo. "La tregua se ha hundido", aseguró el presidente del OSDH, Rami Abderrahman.

El Ejército acusó a "grupos terroristas armados" de haber dinamitado el alto el fuego y la oposición responsabilizó a las fuerzas de Asad de haber bombardeado áreas con población civil. La tregua quedó definitivamente hundida cuando estalló un coche bomba en el barrio de Def al-Shuk de la capital siria y provocó al menos cinco muertos y 32 heridos, entre los cuales habría varios niños, según indicó la Comisión General de la Revolución Siria (CGRS).