Tiene 14 años y había cometido un pecado horroroso, defendía que las mujeres pudieran estudiar, ir a la escuela, al instituto... Y otro también censurable, había elogiado a Obama. Lo había dicho en la tele. Esto era execrable para los talibanes, claramente delictivo. La buscaron y le pegaron un tiro en la cabeza a bocajarro. Se dieron a la fuga y están orgullosos de su acción. Mehsud, el jefecillo talibán que ordenó la fallida ejecución de la jovencita Malala, sostiene que cualquier persona que difama el islam debe morir y, sigue tan ufanamente, que el Corán establece que incluso un niño puede ser ejecutado si hace propaganda contra el islam. Escandalizado de que los medios de información de Pakistán, donde ocurrió el hecho, u occidentales condenen el acto bárbaro, ha dado a entender que serán atacados si siguen defendiendo a Malala.

Valentía

La valentía de Malala, aparte de ser un alegato contra el fanatismo, saca a la luz la importancia de la formación de las mujeres en los países en desarrollo, la evidente relación entre la educación femenina y la riqueza nacional. Que las mujeres tengan acceso a los estudios cambia totalmente, de entrada, el enfoque de temas como la salud, la fertilidad, el aborto... Malala debe saber que su país es el último en el índice de la educación de 17 países asiáticos.

La brutal acción contra una niña de 14 años produce diversas reacciones. En Pakistán ha conmovido a los moderados, varios grupos religiosos han condenado el hecho salvaje y el jefe del Estado Mayor, el general Kayani, lo ha calificado de odioso acto terrorista. Es un claro avance si lo comparamos con la reacción contra otros incidentes condenables, pero aún vemos una actitud curiosa en todo ello. Autoridades y muchos medios evitan referirse a los talibanes como los autores del atentado, y la indignación popular visible ha sido mucho menos ruidosa que la que se produjo hace semanas cuando se supo que en EEUU existía un vídeo en el que se ridiculizaba a Mahoma.

El diferente nivel de irritación, entre un vídeo satírico filmado por un particular sin intervención oficial y el intento premeditado de ejecutar a una niña por querer estudiar, nos resulta chocante. Alguien comentaba que en Pakistán puede haber una mayoría moderada pero que normalmente no protesta ante los excesos de los fundamentalistas. Es lamentablemente una postura extendida entre los países islámicos. El asesinato reciente del embajador de EEUU en Libia es un buen ejemplo; son pocos los líderes, políticos, religiosos, creadores de opinión, que reaccionan condenando sin paliativos un acto totalmente reprobable de los fanáticos.

Este talante alimenta el ascenso de ciertos partidos de derecha europeos que comulgan con la idea del norteamericano Samuel Huntington de que la cultura islámica odia abrirse a influencias externas y que, en consecuencia, las minorías islámicas no son asimilables en Europa. Es lo que sostiene el partido de Marine Le Pen en Francia, el Partido del pueblo danés, el del Progreso noruego, la Liga Norte italiana o el Partido de la Libertad holandés. Esta formación proclama que el islam es una filosofía fascista y que hay que echar de Holanda a cualquier islámico que cometa un delito.

Lo reseñable es que este grupo alcanza ya el 16% del voto y que, como él, varios de los otros continúan creciendo.