"Ni Cuba ni Venezuela", "Cristina, sos psicótica y perversa", "El que no salta es negro y K". La noche del jueves se llenó buena parte de Argentina de frases incendiarias. Los insultos llegaron hasta las inmediaciones de la residencia presidencial, donde la presidenta Cristina Fernández de Kirchner dormía, o trataba de soñar con aplausos.

Miles de personas marcharon por las calles de Buenos Aires y los principales centros urbanos del país. "Somos el 46%", gritaron muchos, acompañados de sus cacerolas, para recordar que su triunfo electoral del 10 de octubre del 2011 ya es pasado. Ningún dirigente opositor los convocó. La bronca fue organizada a través de las redes sociales.

El diario La Nación, que está fuertemente enfrentado con el Gobierno, habló de una "primavera libertaria", como si el centro capitalino fuera la plaza de Tahrir, y Kirchner una versión patagónica de Mubarak. Unos protestaron por la ola de asaltos y crímenes. Otros, por la inflación, o para rechazar un hipotético tercer período de Gobierno en el 2015, escenario solo posible si se reforma la Constitución. Las restricciones para la compra de dólares, un hecho derivado de la crisis internacional, ha catalizado la furia de casi todos. Pero lo que más enerva a esa Argentina furiosa es la presidenta. Se sienten tan agredidos por su programa político como por su estilo.

El senador oficialista Aníbal Fernández reconoció la importancia de la manifestación. El jefe de ministros, Juan Manuel Abal Medina, aseguró que la cacerolada careció de "espontaneidad" y consignas claras. Lo que primó fue "mucho, mucho odio". El magnate Mauricio Macri, alcalde de la ciudad de Buenos Aires y aspirante a la presidencia por la derecha, no disimuló su júbilo. "¿Có- mo no voy a estar contento? Si hubo una movilización masiva, espontánea, pacífica, a favor de la libertad".