Las visitas de los banqueros a la Casa Blanca son poco más que rutina, pero aquella mañana de mediados de marzo del 2009, los 13 titanes de Wall Street invitados por el presidente no las tenían todas consigo. La ira de la calle y el Congreso había llegado al clímax al conocerse que la aseguradora AIG acababa de pagar 218.000 millones de dólares a sus ejecutivos tras beneficiarse del mayor rescate público de la historia. Así que los banqueros no solo temían un rapapolvo, sino el anuncio de que el Gobierno impulsaría límites a las compensaciones multimillonarias en su industria.

Y sucedió lo contrario, según Ron Suskind en Confidence Men , un libro sobre los entresijos de la política económica de Obama. Tras imponer su autoridad --"mi Administración es lo único que os separa de la horca", les dijo--, el presidente les tranquilizó: "No estoy aquí para perseguiros sino para ayudaros". Al final del desayuno, nada había cambiado y las compensaciones desorbitadas siguen a la orden del día.

La historia ilustra la actitud de Obama hacia Wall Street en estos cuatro años, marcados por una relación ambigua y complicada de reproches constantes y favores en los momentos justos. Lejos de transformar las reglas del juego como hizo Roosevelt tras la Gran Depresión, Obama ha evitado la confrontación directa con los bancos y ha puesto parches donde había grandes agujeros. No le ha servido de mucho, la industria financiera le da la espalda.

SIN CAMBIOS PROFUNDOS Obama solo ha recaudado 2,7 millones de dólares de Wall Street en donaciones electorales, frente a los 8,5 de su rival republicano, Mitt Romney. "Es increíble que los banqueros se sientan heridos cuando Obama les salvó la vida", dice Roger Hickey, codirector de la Campaña por el Futuro de América, organización cercana a la ala progresista del Partido Demócrata.

Su Administración no solo detuvo el colapso de Wall Street tras la quiebra de Lehman Brothers con una inyección masiva de dinero público, sino que frenó la reestructuración de los bancos demasiado grandes y con riesgos sistémicos para el sistema financiero. "Obama eludió los cambios profundos porque no quiso que los bancos sabotearan la recuperación económica", opina Hickey.

Tras dejar atrás la anterior campaña electoral, el presidente tuvo una actitud conciliadora desde el principio. Apartó a los asesores económicos de campaña para rodearse de exalumnos de Wall Street. Pero la industria del dinero no le perdonó la reforma financiera para mitigar el riesgo y la especulación.

El economista de Harvard Richard Parker asegura que dependerá en gran medida de la interpretación que hagan los reguladores. "Wall Street siente que se está hablando mucho de apretarles las tuercas, cuando los reguladores han sido hasta ahora bastante benignos", afirma. Con billones de dólares en juego, la industria utiliza todas sus armas para que la ley Dodd-Frank (reforma financiera) salga lo más descafeinada posible.

"Los bancos están muy cabreados", confiesa un ejecutivo de una firma de inversión. "Puede que no sea la más dura de las leyes posibles, pero ni JP Morgan ni Goldman Sachs volverán a ganar lo que ganaban hasta ahora". En parte, dice, porque la regla Volcker impedirá a los bancos especular con el dinero de sus clientes. Obama quiere subir los impuestos a los millonarios, pero su gran problema es que Wall Street considera a Romney como uno de los suyos.

El republicano, que se pasó media vida en una firma de capital privado, promete desmantelar la reforma financiera y extender los recortes fiscales de Bush a los ricos. Obama denuncia "la codicia y la temeridad" de Wall Street en su campaña o le culpa indirectamente de la debacle del 2008. Y al mismo tiempo que va a recaudar dinero a Manhattan. Nadie le cree. Ni Wall Street ni los que esperaban un escarmiento para los especuladores.