François Hollande llegará mañana al Elíseo en un Citroën DS5, un vehículo híbrido made in France que consume 5 litros cada 100 kilómetros. Tras la investidura, se convertirá en el coche oficial del jefe del Estado. Con gestos simbólicos como este, el segundo socialista que ocupa el cargo en la quinta República sienta las bases de la presidencia "normal", marca de fábrica que quiere dar a su mandato y que le distingue, por oposición, del estilo de Nicolas Sarkozy.

"Somos conscientes de que los franceses han perdido la confianza. Hay que construirla, no tenemos derecho al error". Esta confidencia de un colaborador de Hollande ilustra el espíritu con el que el presidente electo aborda sus primeros pasos.

Además de adaptarse a los tiempos de crisis --el sueldo del Gobierno se rebajará un 30%-- Hollande desea ser un presidente cercano a los franceses.

Para desespero de sus guardaespaldas, se sigue prestando a menudo al contacto con los ciudadanos, come en restaurantes populares, se pasea por los mercados y de vez en cuando hace la compra en el super, una de sus aficiones. Quiere mantener una vida normal.

Eso pasa por no residir en el Elíseo. Su voluntad es seguir viviendo en el apartamento de alquiler que ocupa desde el 2007 con su compañera, Valérie Trierweiler, en el distrito XV de París, bastante más popular que el exclusivo distrito XVI del matrimonio Sarkozy-Bruni. "Aquí tengo mis costumbres, mi panadero, mis vecinos... Estoy en mi casa", dice Hollande. Sin embargo, los servicios de seguridad abogan por la mudanza.

La ceremonia de investidura pasará también página de la etapa de su antecesor.

Sin desfile

Será un acto sobrio, sencillo y sin desfile familiar ni de modelitos. Los cuatro hijos de Hollande verán el acto por la tele. "El presidente es su padre, ellos prefieren no asistir", ha precisado la madre y excompañera de Hollande, Ségolène Royal. La nueva primera dama también rompe con sus antecesoras. Será la primera en entrar en el Elíseo sin estar casada y no vestirá marcas de lujo.

El nuevo presidente quiere simplificar la parafernalia y el protocolo de la jefatura del Estado, siguiendo el modelo de las democracias escandinavas. Por eso, ha pedido limitar sus servicios de protección, desplazarse en un coche ecológico y ajustar el elevado tren de vida del Elíseo, cuyo presupuesto asciende a 92 millones de euros al año, al margen de los viajes.

Una filosofía que debería aplicar con moderación si no quiere dejar en paro al millar de personas que trabajan en palacio.