Nadie comprenderá nunca la visión de un niño asesinado por sectarias disputas políticas. Pero más allá del horror, el hallazgo de casi 50 cadáveres masacrados, en su mayoría mujeres y niños, servirá posiblemente para poco más que engrosar la larguísima lista de fallecidos --unos 7.500, según la ONU-- de esta guerra fratricida que asuela Siria.

En medio de acusaciones mutuas, ni el dictador Bashar el Asad ni la oposición están dispuestos a ceder un ápice en sus posturas. Para el primero, todo aquel que no está con él es un terrorista; para la segunda, en su informe composición, es impensable negociar con aquellos que han sembrado de bombas y terror el país. Así que ni el flamante mediador, Kofi Annan, con su optimismo, ha sido capaz de parar la locura; ni Estados Unidos ni, mucho menos, la invisible