Atrás ha quedado la figura conciliadora, dispuesta a buscar consensos casi a cualquier precio. El presidente de EEUU, Barack Obama, se disponía a marcar anoche un claro contraste entre sus políticas económicas y las de sus rivales republicanos, defendiendo el papel del Gobierno como un instrumento esencial para moldear una sociedad más justa y próspera. Esos son al menos los grandes ejes que trascendieron de su discurso del estado de la Unión. También se espera que vuelva a recurrir al tono populista y combativo de los últimos meses, consciente de que la puerta de los conservadores en el Congreso hace tiempo que está cerrada.

El discurso del estado de la Unión es la cita más importante del calendario político de EEUU, aprovechada por los presidentes para delinear la agenda y los objetivos del año entrante, recubriéndola con un poso grandilocuente que sirva de espejo a su filosofía. Pero en esta ocasión, la reelección esta solo a 10 meses y el Congreso se ha vuelto un terreno intransitable, donde mueren más iniciativas de las que se tramitan. De modo que se espera que Obama aproveche la atención de los miembros de las dos Cámaras y de las televisiones para defender su candidatura presentándose como el salvador de la clase media.

La semana pasada, coincidiendo con las primarias republicanas en Carolina del Sur, el presidente estadounidense envió un vídeo a las bases demócratas en el que dibujaba el más que posible tono del discurso. Obama les prometió "el borrador de una economía construida para durar", un país "donde todo el mundo tenga oportunidades, aporte lo que le corresponde y juegue con las mismas reglas".

El mensaje contiene desde una advertencia a los excesos de Wall Street y los partidarios de la desregulación financiera hasta una apelación por un sistema fiscal más justo. De hecho, Obama pretende defender una vez más la subida de impuestos para los más ricos, un mensaje al que ha querido ponerle cara y ojos invitando a la famosa secretaria de Warren Buffet, Debbie Bosanek, a presenciar el discurso desde el balcón de la primera dama. Hace unos meses, el multimillonario inversor de Berkshire Hathaway se alineó con las tesis del presidente, denunciando que su secretaria paga proporcionalmente más impuestos que él, cuando el país necesita más ingresos para reducir su monumental deuda, equivalente ya al PIB nacional.

El asunto está especialmente candente, después de que el candidato republicano a la presidencia, Mitt Romney, revelara ayer que solo paga un 14% a Hacienda, cuando las clases medias, que se ganan el pan trabajando y no invirtiendo, tributan hasta un 35%. También se espera de Obama algún incentivo para repatriar a la industria manufacturera y fomentar el Made in America , o que insista en su plan de empleo, anunciado en el 2011.

Pero aquí sabe que choca contra un muro, porque los coservadores hace meses que rechazaron sus medidas para estimular la contratación o para equilibrar el presupuesto con subidas de impuestos a las rentas más altas. De hecho, los grandes discursos del estado de la Unión acaban siendo generalmente más una declaración de intenciones.

El año pasado, por ejemplo, Obama volvió a prometer una reforma migratoria y otra fiscal. Habló de eliminar los subsidios a las petroleras. Pero fueron promesas efímeras que acabaron en papel mojado.