En un arranque de entusiasmo monárquico, Michael Gove, ministro de Educación británico, ha sugerido que, para celebrar este verano los 60 años en el trono de Isabel II, lo más apropiado sería comprarle un nuevo yate real. "Sería un regalo de la nación a su majestad. Algo tangible para conmemorar la ocasión", escribió el ministro en una carta a su colega de Cultura y supervisor de los festejos del Jubileo de Diamantes. El detalle costaría unos 60 millones de libras (72 millones de euros).

Gove parece dar por hecho que la ciudadanía, bombardeada con recortes, inflación, congelación de salarios y otras miserias, estará encantada con su idea. El ministro cree que, precisamente porque hay crisis, habría que echar el resto con el Jubileo. El Reino Unido "requiere", a su entender, una "celebración a gran escala, para animar al país" y evitar que los actos de exaltación a la Corona se vean eclipsados por los Juegos Olímpicos, un mes después. El laborista Tom Watson acusó a Gove de vivir fuera de la realidad. "Cuando los presupuestos de las escuelas están siendo reducidos, los padres se preguntarán cómo a Gove se le ha ocurrido sugerir esta idea", escribió en internet.

Cameron, consciente de lo impopular de la ocurrencia, ha frenado en seco el proyecto náutico. "Está claro que la situación económica es difícil y que los recursos son escasos. No pensamos que en la actualidad este sea un destino apropiado para el dinero público", señaló su portavoz. En Downing Street aclararon que jamás se consideró emplear dinero público para la compra. El yate debería ser costeado con aportaciones y donativos privados de empresas, fundaciones y particulares.

Isabel II se quedó sin barco, muy a su pesar, en 1997, poco después de que los laboristas llegaran al poder. Tony Blair jubiló sin miramientos al Britannia que, con 6.000 toneladas de peso y 230 tripulantes, era un lujo de otros tiempos y una carga insostenible para el erario público. La reina y el resto de la familia real lo habían utilizado durante 44 años para viajes oficiales, vacaciones, recepciones a mandatarios extranjeros y lunas de miel, como la de Carlos y Diana. Estuvo toda la vida con Isabel II, a la que se le saltaron las lágrimas en la ceremonia final en Portsmouth, con la que el navío quedó fuera de servicio.