Con la ayuda de una piedra y un cincel, la joven cristiana Mona Abdel golpea los adoquines de la acera, a un lado de la plaza Bab al Louq, a 300 metros de Tahrir. Separa cuidadosamente cada rectángulo para no romperlo, lo levanta y lo entrega al musulmán Aziz Helsy, su compañero de carrera de ingeniería en sistemas de seguridad, que a su vez lo alza para estrellarlo contra una roca. Reúnen los fragmentos y se los dan a numerosos chicos, varios adultos y alguna muchacha, que corren con ellos rumbo a la zona de combate de la avenida Mohamed Mahmud, cerca del Ministerio del Interior.

Hace falta preguntarle: "¿Qué piensas del 12 de febrero?". Era el día después de la caída del dictador Hosni Mubarak, después de 30 años de gobernar Egipto. La gente estaba entusiasmada porque su revolución, creían, había triunfado. Mona dijo entonces, haciéndose eco de lo que muchos compatriotas pensaban: "Ahora hace falta la revolución cívica, crear un nuevo egipcio que cuide su entorno y respete a los demás".

Sin experiencia

En esas semanas de alegría, Mona, Aziz y miles de personas se organizaron espontáneamente, en grupos de amigos, familiares, compañeros de trabajo o estudio, para limpiar Tahrir y las zonas donde habían combatido, pintar las calles, arreglar las luces rotas y reponer los adoquines que faltaban. Los mismos que ahora parten en pedazos. "Eramos muy inocentes, ¿no crees?", interviene Aziz. "Niños jóvenes y niños viejos, todos éramos niños sin ninguna experiencia política. La realidad de Egipto nos ha despertado con un golpe a traición". En marzo, Mona expresó su frustración: "¡No protesté durante 18 días en Tahrir para que todo quedara igual!".

Los egipcios quisieron creer al Ejército cuando este les dijo que estaba del lado de la revolución, tanto porque preferían no enfrentarse a él como porque eso es lo que les han inculcado en casi seis décadas de régimen militar. "Nos dejamos engañar por los militares", reflexiona Mona. Pasa un coche de bomberos para apagar un piso que arde. La policía lo recibe con más granadas de gas. "Se acabó la edad de la inocencia", dice la chica, con sus bellos ojos de 20 años. "No nos detendremos hasta ser libres".