Como un hijo asustado y desorientado que ha perdido de vista a su padre y no puede seguir caminando. Así se sienten los revolucionarios. "¿Dónde está Sarkozy? ¿Dónde?", grita el rebelde Ismik. Madrugó ayer para acudir al frente de batalla, a unos 40 kilómetros de Sirte, la ciudad donde nació el coronel Gadafi, pero las bombas, los cohetes y los misiles del enemigo retrasaron considerablemente la primera línea de fuego, a la que Ismik no pudo llegar.

El y sus camaradas Ali Mohamed, Ahmed Mohamed y Mehdi Oma no entienden nada y se sienten desconcertados, sin el salvavidas de la coalición internacional, que en los últimos días de operación habían limpiado el camino de mercenarios y francotiradores desde Bengasi, la capital liberada, hasta la ciudad de Naoufalia, dejando atrás Ras Lanuf, uno de los más importantes enclaves petrolíferos del país, que marcaba ayer el límite que separa a los dos bandos.

Muy rápidos y efectivos han actuado los leales al régimen en tan solo 48 horas, aprovechando que las fuerzas aliadas han parado los motores de sus cazas, abriendo la llave de paso para que el dictador vuelva a sacar músculo y se imponga una vez más, empleando su artillería pesada, contra la población civil. "Seguramente hasta ahora solo han utilizado el 20% de su fuerza. Cuando combatimos, no vemos nada de lo que nos lanzan. Utilizan unas enormes baterías antiaéreas para atacar vehículos blindados de las que nosotros no disponemos", explica el rebelde Ismik.

Está de acuerdo con la imagen que los revolucionarios siguen dando de desorganizados y sin una estrategia militar definida. Ante la falta de un claro líder en el terreno, parece que quien lidera la operación rebelde es el que más fuerte grita. Pero de poco sirven los gritos dirigidos a Alá si para defenderse de las salvajes ofensivas terrestres del tirano deben recurrir a humildes rifles.

MORAL BAJA Este diario es testigo de lo poco que ha cambiado el arsenal bélico de los insurrectos desde que estalló la revolución, el pasado 17 de febrero. Subidos en furgonetas, coches particulares, camionetas y vehículos pick up con lanzagranadas y pequeñas baterías antiaéreas, vuelven del campo de batalla perdido, en los alrededores de Sirte, con la moral baja. Ni fuerzas especiales del Ejército de la Revolución, ni renovadas armas. Y menos hombres de lo habitual.

"¿Estarán preparando un nuevo golpe de efecto con nuestros amigos los aliados?", quiere pensar Mahdi Suliman, el mismo soldado que, envalentonado y fortalecido por el triunfo de los últimos días, decía a este diario esta semana que quería liberar la temida Sirte. Los leales al régimen les obligaron a replegarse hasta Ras Lanuf, donde se mal defendían ayer del fuego del adversario lamentando la ausencia de la coalición internacional. El que no disparaba una ráfaga de balas al aire, se dirigía a la prensa internacional para pedir la ayuda de los aliados.

El rebelde Ahmed Mohamed regala a esta redactora una camisa militar de Gadafi. Decenas de ellas, además de cientos de balas y algunas bombas pequeñas, fueron halladas el domingo cerca de la ciudad de Naoufalia, en un refugio del desierto libio, cuando aún estaba bajo dominio rebelde.

Cuando la insurrección de Libia va a alcanzar su séptima semana, y parecía que el camino hacia el triunfo de Trípoli estaba más cerca de la realidad que de un fallido sueño rebelde, el ardor revolucionario vuelve apagarse. Si los aliados deciden no utilizar su aviación, las tropas del dictador desembarcarán en Ajdabiya, donde ayer se volvían a ver escenas de familias huyendo. Por si la ayuda internacional tarda más de la cuenta.